Buenos Aires,
12/10/2016
Me encomendé en la
acción de escribir esta carta a usted, señora Griselda Garzón, para que esto
culmine en un posible pero incierto encuentro. Sería realmente de mi agrado que
nos reunamos a hablar del pasado… Ese pasado del que nunca hablé, pero que
tanto ha incidido en mi vida sin que yo lo pretenda como si fuese una especie
de manual de instrucciones, para dirigirse a personas como yo.
Fueron ya más de 6
años los que separaron nuestros caminos,
y el día de hoy estoy listo, para decirle todo lo que debí haber dicho en ese
momento, la última vez que la ví, enfrentados por ese infortunado pedazo de
madera de pirul disfrazado de escritorio. Recuerdo que ese día también noté el
perfume de Dior en su pullover de llama. Y al irme sentí que todo lo que usted me había dicho era
verdad, creí que realmente no merecía el empleo, pensé que era aceptable y
lógico que un hombre como yo no consiga un trabajo así. Un trabajo en el que
todos visten blanco y negro, no importa si sea de día de noche. Una tarea tan
elegante, renombrada e importante que lo único enseñe es que uno no vale más
que su rostro, su auto y la zona de la capital en la que vive.
En el momento en el
que usted me aclaró que por más que yo haya asesorado en casos como practicante enviado desde la
Universidad de Jujuy, nunca conseguiría ser un abogado respetado, yo verdaderamente
le creí. Volví a mi pueblo, y al entrar en mi hogar observé a mi madre y mis
hermanos y lamenté que estuviésemos marcados, me avergoncé de que nuestra piel fuese aceitunada, que tengamos rostro
indígena y por un minuto hubiese deseado ser un chico porteño, un chico común,
con pelo castaño y la piel clara.
Por suerte, las cosas
no se dieron como usted lo ha dicho. Desde que vivo en Bolivia, he llegado a
tener mi propio estudio jurídico, una esposa, un bellísimo auto importado y
vivo en uno de los complejos arquitectónicos más lujosos de La Paz.
Espero que durante mi visita podamos juntarnos a hablar, de
igual a igual.
Victor
Yatel.
M.N. 14922016.