viernes, 9 de mayo de 2014

El exiliado



El calor me mata. Caminé kilómetros y kilómetros buscando agua. La arena frenaban mis pasos, el viento seco eran cadenas en mi cuerpo. La luz del sol ceguecian  mis ojos. Resistiéndome a todo seguí caminando hasta que la fuerza no me dio más.
            Por tus pecados serás desterrado y tendrás que caminar en el desierto por toda la eternidad, dijo el rey de Roma mientras agarraba del brazo a su mujer. Ella mantenía la vista en el piso, parecía indiferente pero no pudo evitar mirarme por última vez y una lágrima corrió.
La última vez que la vi fue esa misma tarde, colgada en la plaza, era día de tormenta. Entonces comprendí que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Esa vez caía con furia al igual que mi llanto.
            Sigo caminando y las moscas me rodean, la arena me hiere y el sol me quema, ¿mi rumbo? es el rumbo de las islas perdidas. En la noche, la luna blanca y fría sobre mi cabeza, el tiempo es mi cazador y yo intentando huir como un ciervo herido.
Escapo hacia el recodo final de la aventura y cruzo el puente que une la saudade con el presentimiento y cuando hubo silencio en el cielo, el séptimo sello se presentó.   

Pedro Vernengo 

2 comentarios:

  1. Pedro: aunque no cumplís con la consigna, hacés un hermoso texto. Minúsculo, poético, tan distinto a lo que solés escribir que resulta una sorpresa y otra forma de tu creatividad.
    Rever el verbo "ceguecían" que usás por enceguecía. Creo que debería decir me enceguecía (los ojos, entonces, resulta redundante). Vuelve a fallar la concordancia en "frenaba". También, la puntuación y los párrafos. Repensar: "la fuerza no me dio más".
    Nota: 8

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