El calor me mata. Caminé kilómetros y kilómetros buscando
agua. La arena frenaban mis pasos, el viento seco eran cadenas en mi cuerpo. La
luz del sol ceguecian mis ojos. Resistiéndome
a todo seguí caminando hasta que la fuerza no me dio más.
Por tus
pecados serás desterrado y tendrás que caminar en el desierto por toda la
eternidad, dijo el rey de Roma mientras agarraba del brazo a su mujer. Ella mantenía
la vista en el piso, parecía indiferente pero no pudo evitar mirarme por última
vez y una lágrima corrió.
La última vez que la vi fue esa misma tarde, colgada en la
plaza, era día de tormenta. Entonces comprendí que la lluvia también era
hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Esa vez caía con furia al igual que mi llanto.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Esa vez caía con furia al igual que mi llanto.
Sigo caminando y las moscas me
rodean, la arena me hiere y el sol me quema, ¿mi rumbo? es el rumbo de las
islas perdidas. En la noche, la luna blanca y fría sobre mi cabeza, el tiempo es
mi cazador y yo intentando huir como un ciervo herido.
Escapo hacia el recodo
final de la aventura y cruzo el puente que une la saudade con el presentimiento
y cuando hubo silencio en el cielo, el séptimo sello se presentó.
Pedro Vernengo
Pedro: aunque no cumplís con la consigna, hacés un hermoso texto. Minúsculo, poético, tan distinto a lo que solés escribir que resulta una sorpresa y otra forma de tu creatividad.
ResponderEliminarRever el verbo "ceguecían" que usás por enceguecía. Creo que debería decir me enceguecía (los ojos, entonces, resulta redundante). Vuelve a fallar la concordancia en "frenaba". También, la puntuación y los párrafos. Repensar: "la fuerza no me dio más".
Nota: 8
Buenisimo!
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