jueves, 17 de julio de 2014

Fortaleza de huesos

Fortaleza de huesos. (Por antu cabrera)

Mi  compañero respiró el frío y húmedo aire de la tumba, parecía fortalecerlo. Me quedé en la entrada entre la luz y la oscuridad, lo que me quedaba de cordura me imploraba que no entrase, pero esa voz era solo un susurro.
Sus pasos se perdían en la soledad ignota del viento, el sonido se escurría, danzaba, flotaba sobre una oscuridad sin límites. Se alternaba y extraviaba en los ecos retumbantes sobre la caída de gotas infinitas pertenecientes a estalagmitas milenarias. Sentía el calor que emanaba su cuerpo, su presencia me inquietaba, mis latidos se transfiguraban en sonidos perturbadores que se rendían en el palpitar salvaje de mi cuerpo. Lo seguía. Los huesos resaltaban su voraz presencia, se percataban de su imponente figura y se mantenían erguidos con rudeza. Los omóplatos casi desfiguraban su cuerpo, estaban interrumpidos por un denso trampolín de fibras nerviosas que denotaban una presencia fantasmal. Su alma estaba contraída en esa caja de huesos.
Mientras íbamos para abajo, hacia el interior de la cripta, empecé a observar un cambio en mi acompañante: parecía estar recobrando fuerzas. Apenas podía verlo en la oscuridad sepulcral, las huellas de mis pasos se perdían en el eco de la soledad. Pero mi compañero conocía el camino perfectamente. Observaba su espalda, sentía que su cuerpo se reanimaba a cada paso, con cada ignoto movimiento. Finalmente llegamos a una gran sala y fue entonces cuando me di cuenta de que me había equivocado, mi acompañante no había estado recuperando sus fuerzas; había estado perdiendo lo que le quedaba de ellas. Luego de un estrecho pasillo, sentí que el final del camino estaba cerca, tan cerca que podía rozarlo con las puntas de mis dedos. El hombre se movía con una velocidad demoniaca, en ningún momento frenó su marcha, jamás observó hacia atrás, solo caminaba bajo la débil luz de una antorcha de madera que permanecía perpetua, acuñada sobre su mano.
La bestia me llamaba, me imploraba ayuda. Sus gritos perforaban mi mente y suplicaban amparo, solo unos metros me separaban de ella. Los aullidos se fortalecían con cada paso que daba, sentía el fulgor de su cuerpo y su desenfrenada respiración. Unas maderas empedernidas solo me separaban de su presencia, la última pieza de cordura de mi mente  me suplicaba que no avance, pero se desintegró cuando di el primer paso hacia él. Los chillidos se volvieron claras palabras: ¡Mira lo que han hecho con migo, suéltame, ayúdame! Rápido, date prisa. Avanzaba forzosamente sobre pilastras de madera encendida. Mi acompañante ya no estaba con migo, sentía como su presencia se diluía. Me planté frente a su cuerpo. Tenía un brillante cristal sobre su cuello, sus chillidos me seducían y me movían fuera de mi voluntad. Vi como mis manos comenzaban a tirar del cristal. Sentí su poder, la maldad que emitía ese brillante elemento. Cuando lo tuve en mis manos, una presencia abismal tomó el control y el lugar comenzó a transformarse, las imágenes danzaban en una extensa gama de colores  y percaté como los tintes tomaban forma. La figura de un ángel se presentó ante mis ojos y me sujetó, luego me gritó lo siguiente:
¡Idiota, acabas de asegurar la perdición de este mundo, no puedes imaginar lo que has puesto en marcha! Ve al templo de la luz que está en Kurazt al este. Encontraras las puertas del infierno abiertas para ti, tendrás que tener el valor necesario para atravesarlas! Lleva la piedra a la fragua del infierno, allí tendrá que ser destruida. Ahora toma la piedra y corre! Corre!

Su presencia se alejó de mi vista,  presencié como era sujetado y forcejeaba con una repulsiva y huesuda figura que aumentaba sus fuerzas con cada movimiento. Que otra opción tenía, corrí. Las imágenes brincaban nauseabundas, pestilentes, el pasaje hacia el averno se desprendía de su letargo, sombras aturdían la realidad y bailoteaban sobre la gruta que se hacía más pequeña, se retorcía, forzaba, endoblaba, rizaba, curvaba y rizaba como un punto prisionero del firmamento. Una luz vacilaba, se movía para mantenerse distante, para perderse y volver  sombría y atolondrada.

sábado, 12 de julio de 2014


"El televisor"



La brisa entra por la ventana y suavemente acaricia cada rincón del cuarto, inundándolo con su canto tranquilo y brindándome un espectáculo nocturno y silencioso. Otra noche en Buenos Aires. Sin embargo son las noches como hoy, las noches calurosas, en las que sueño los gritos, mi cuerpo, enredado en las sábanas. El sudor casi como la sangre salpicando mi piel con una horrorosa sinfonía de fondo, sinfonía que clama piedad y que clama mi nombre, llantos y golpes se oyen, y entre tanto horror su cuerpo desnudo en el suelo.
-No, por favor!
 -Emir, ayuda!
 Cierro los ojos fuertemente, no pude ayudarla, nada pude hacer, solo estar allí, ser testigo.
   Miles de mujeres hubo en este planeta, miles las hay y miles la va a haber, pero ella no volverá. La mujer que amo ha muerto y su sangre ha sido derramada cual un símbolo, una muestra de lo que una vida es sin la luz, sin la obediencia y sin la humildad de ser un ciervo del Corán.
 El día que llegue aquí me prometí  regresar a Siria cuando termine la masacre, y con la ilusión de alcanzar la felicidad enterré al mundo tal como lo conocía.
 Recuerdo aún mi primer día en este país, el primer lugar que visité fue El Obelisco, la ciudad brillaba ante la muy oscura noche, tanto era su brillo que las estrellas se escondían en lo alto, humilladas. Mi aspecto parecía serle un tanto extraño a las personas que me rodeaban, me miraban con curiosidad y a veces temor. Luego de caminar un par de cuadras, decidí comprar cigarrillos y relajarme en alguna plaza.
  El humo danzaba frente a mis ojos, estaba tendido en un banco, las luces apabullantes ahora se reducían a unos discretos faroles de luz tenue y cálida. Unos pasos quitaron mi vista del cigarro, una mujer se acerco y sentó a mi lado. Yo permanecí mirando hacia el frente sin saber que decir, mi castellano era terrible, solo manejaba el inglés, ella se inclinó hacia mi costado del asiento y comenzó a hablarme.
-Hablas español?
- Mmma…english, english!! Intente decir
La muchacha comenzó a hablarme fluidamente el idioma, tuvimos una conversación donde nos presentamos. Su nombre era Alina, tenía 19 años, congeniamos verdaderamente rápido. Al cabo de dos semanas de charlas profundas y paseos, la llevé a hospedarse conmigo, lucía necesitada de alguien, me comentó que desde hace un año que dormía en hoteles y cuartuchos todas las noches y decidí que sería placentero responsabilizarme por darle algo de estabilidad.
  Los días con Alina eran como noches eternas, ambos teníamos los horarios cambiados, el cuarto del hotel donde vivíamos tenía una ventana que estaba cerrada todo el día y permanecía abierta hasta que el sol se asomaba. Había discos desparramados por la alfombra y un velador con una luz roja posado en el piso junto al colchón donde dormíamos, ambos nos convertimos al ateísmo, aunque en mi caso era temporal y a pesar de que ella tenía imágenes de dioses egipcios e hindúes colgando de las paredes. Además de discos había libros muchos libros, unos en árabe otros en castellanos y otros en inglés, ambo podíamos conversar en esos tres idiomas, teníamos demasiado tiempo libre. Había noches en las que nos íbamos a caminar, siempre lugares tranquilos, detestábamos la masividad. Las calles más tranquilas y desérticas me hacían recordar a mi tierra natal. Solo si todo un hubiera cambiado tanto, solo si no hubiese tenido que irme.
 Una noche, Alina y yo hicimos el amor, tal como solíamos hacerlo, solo que esta vez, luego de hacerlo, ambos quedamos tumbados en el colchón. Su mirada estaba perdida y daba vueltas con su dedo índice sobre mi hombro, de repente respiró hondo, como si fuese a decir algo pero soltó el aire en un soplido profundo.
 -¿Qué? Dije intrigado
   - Nada…Se cubrió el rostro con cara de pícara
Volví a insistir con la pregunta hasta que contestó, nada de lo que hubiese dicho Alina me hubiera sorprendido más, las palabras que salieron de su boca fueron extrañas nada prescindible de su parte “Quiero un televisor”. ¿De donde salía semejante idea?, nunca había tenido uno pero parecen artefactos inútiles, hay libros, hay cine, ese era mi concepto de entretenimiento. Pero sus deseos eran órdenes.
  Días después de esa charla, un televisor comenzó a acompañarnos en nuestras “noches días”.
 Alina consiguió un empleo como mesera, las noches sin ella no eran nada. Estaba sentado en el colchón en un total silencio y una total oscuridad, habíamos tirado la mayoría de los libros y los demás los habíamos vendido para conseguir dinero para el maldito televisor. Estaba hastiado, pensando que podía hacer para pasar el tiempo, mi primer reflejo fue ir a dar una vuelta, entonces me dirigí hacia la puerta. Pero en el camino mi pie pareció pisar algo, eché un vistazo, era el control remoto, lo sostuve en mi mano con intención de lanzarlo a un lado pero en ese instante me invadieron las ganas de ver si había algo interesante para ver. Prendí el televisor, los canales eran los mismo de siempre, comencé a bajar e intentar ver algo que no fueran películas. Canal 23, Canal 22, Canal 21, Canal Bloqueado, Canal bloqueado ¿Canal bloqueado? La intriga por los canales bloqueados se hizo poco a poco más y más insoportable. La contraseña no podía ser muy difícil, algo que Alina no olvidara. Luego de intentar combinaciones y simbologías numéricas, me dí cuenta de que la clave era el año en que nació. 1995, Todos los canales bloqueados se mostraron frente a mis ojos después de tan desesperada espera. Lo que mis ojos vieron en ese momento es difícil de explicar…
Canal 20: “El peor momento del terrorismo islámico”
Canal 19: “Siria, más de 30 ciudades masacradas por los musulmanes”
Canal 18: “Las víctimas del califato ya son más de 22 por día”
 Caí de rodillas al suelo, Esa era mi religión, mi sangre y yo la había traicionado, Me había ido y ahora era un infiel. Traicioné al Corán, le di las espaldas a Alá y era un monstruo ante el mundo a pesar de no haber matado.
 Yo, Emir Al-Yahujdán debo entregar mi sangre cual un símbolo, una muestra de lo que una vida es sin la luz, sin la obediencia y sin la humildad de ser un ciervo del Corán.





FÍN

Milena Haddad

jueves, 10 de julio de 2014

Decile (Martín R. Sosa)

Desperté aturdido y de mi boca salia una bruma espesa, no recuerdo que día era, pero si los sentimientos que en ese momento pasaban por mi cabeza, eran muchos sin embargo el principal era miedo, miedo a no volver a verlos nunca mas, a no poder compartir un mate, una comida, un momento, eso era lo que tanto necesitaba en ese momento, un abrazo, una persona a la cual le pudiera contar todo.

Estaba muy lejos de casa, en una isla en medio del océano, de la cual, nunca antes había escuchado hablar, no sabia bien el motivo por el cual estábamos ahí, luchando por un territorio, el que, al parecer, nos habían arrebatado unos piratas a nuestra amada Patria.

Yo era un adolescente y mis compañeros también, sin embargo estábamos enfrentándonos a problemas, que nunca antes habíamos imaginado, problemas que no tenían nada que ver con nuestra edad, problemas para los que no estábamos preparados.

Esa mañana fue diferente a todas las anteriores. Nos despertamos con fuertes ruidos,  el enemigo nos atacaba de improvisto... fue rápido y en ráfagas, y en unos instantes habían arrasando con todo, compañeros heridos y algunos  muertos, nuestro refugio estaba destrozado, teníamos que buscar otro lugar, ya no estábamos todos, mi mejor amigo Fernando sangraba en el pecho muy cerca del corazón.

15 de abril del 2000, estoy en casa solo no hablo con nadie, ha pasado mucho tiempo, casi no recuerdo la cara de mi compañero y amigo, Fernando, y eso no me lo puedo perdonar. Todavía conservo el revolver, lo tengo en mi cajón, con el mismo olor, cargado. Esta la única forma de que se sepa lo que paso, así que continuare relatando los hechos que tanto perturban mi mente.

Mis labios se partían y me dolían, mis pies no los sentía, era como llevar a un muerto.

Fernando no se podía mover, pero no lo podía dejar ahí, agonizaba, estaba muy frío y empapado.

Casi no podía hablar, me dijo unas palabras, las cuales nunca pude transmitir, esas palabras fueron textualmente " decile que la amo y que nunca se olvide de mi " eran para su novia. Luego de eso me dio su arma.

Escucho el segundero del reloj, tic, tac, tic, tac ... es el tiempo, no puedo más con este dolor, espero que alguien encuentre esta carta, pronto.

lunes, 7 de julio de 2014

Mis zapatos azules - Damaris Gaona

Mi mente repetía constantemente la mañana de aquel día. Los charcos de agua, el viento que soplaba y un profundo vacío dentro de mí. ¿Todo se desvanecía o era idea mía? En fin, ya no había vuelta atrás.
Si tan sólo hubiese nacido en otro año, época o país... de cualquier forma si el destino quería verme así, nada lo iba a detener.
Exclusión de muchos, racismo que marcaba personas, ojos que lo vigilaban todo y armas de fuego que sólo querían ver sangre correr. ¿Acaso nos veían como objetos? Sacarles la vida a centenares de personas por sus creencias, color de piel, condición sexual... ¿De algo valía haber atentado contra tu prójimo? Lo cierto es que solo faltaba yo, una mujer judía que aquella mañana había dejado a su familia. 
La pregunta que rondaba mi mente era: ¿A dónde iba a parar? Recuerdo cada día como si lo hubiese vivido ayer. 
Ante nuestros ojos la llegada del tren, ese tren del que habíamos oído hablar con tanta frecuencia. Vagones de mercancías cerrados desde el exterior pero por dentro, hombres, mujeres y niños, entre ellos yo. Comprimidos sin piedad como mercancías en docenas en un viaje hacia la nada. 
Los campos de exterminio se habían convertido en un mundo, un sistema, una realidad que no tenía nada que ver con la que experimentaban otros seres humanos a lo largo de su existencia vital. A toda hora el peso del estómago vacío, las mandíbulas inmóviles, la pesadez de los huesos y la lucha por la comida. Incluso la muerte de muchos en busca de un poco de pan.
¿De verdad era ese el comienzo de algo mejor? Por alguna razón no tenía el mínimo rencor hacia los causantes de ese infierno, sin embargo, no dejaba de pensar en cómo alguien podía ser capaz de eso. Lo cierto es que a pesar de todo, y de cada cosa ya nombrada, nunca llegué a perder la esperanza. Sabía que aquello ocurría por alguna razón y lo único que quería era estar con mi familia, cerrar los ojos e imaginarme en casa. No pedía nada más que mi hogar. 
Lastimosamente lo que me quedaba de el eran mis zapatos azules ya gastados y opacos, aquellos que recibí de mi esposo en mi último cumpleaños. Cómo olvidarlo?... ese regalo ahora era lo único que tenía de él. Quien era mi todo, quien me había acompañado hace casi 30 años, quien había soportado todas y cada una de mis quejas y caprichos. Lo amaba y era lo más preciado que tenía aunque sabía que ya no lo vería más. Mi compañero, mi mejor amigo, no hacía nada más que pensar en él cuando los observaba. A pesar de no haberme dado un hijo, el fue todo lo que siempre quise y el mejor regalo que Dios me pudo dar. 

Mi intención era permanecer con mis zapatos hasta el final a pesar del dolor y de las profundas heridas que me dejaban. Esos zapatos me hacían creer que había una salida,que a pesar de la situación en la que me encontraba todavía había esperanza.Confiaba tanto en aquel par, tanto que parte de mi confianza estaba puesta en ellos para poder volver. 
La verdad es que era gracioso pensar que podía sobrevivir. ¿Ideas locas mías? Por muy difícil que se veía, la certeza de poder escapar invadía todo mi ser.
¿Era porque me los había regalado mi esposo que tanto amaba? ¿O porque al observarlos me traían aliento para pensar en poder regresar? No lo sé. A pesar de mi gran fe, en ocasiones sentía dolor por absolutamente todo. Y quizás no era tanto el cuerpo lo que me dolía, sino los recuerdos que me acercaban a mi familia. 

Llegué a ver la des-humanización de tantas personas a partir de la extracción de sus búsquedas de conocimiento, de preguntas, de conciencia. Además de la llegada al campo de concentración, el desnudamiento, el afeitado de la cabeza y la imposición del uniforme a rayas que nos convertía en unos "presos" más. 
En un último momento de lucidez me pareció que éramos almas malditas errantes en el mundo de la nada, almas condenadas a errar a través de los espacios hasta el fin de las generaciones en busca de su redención, en busca del olvido, sin esperanza de encontrarlo.


El conocimiento solo no es suficiente para describir el “terror” que infectó toda la vida de la posguerra, y sinceramente escribo esto para poder expresarme sobre la experiencia más traumática de mi vida, la más traumática del siglo XX. Desafiando todos los límites de la escritura para transmitir así mi experiencia y convertirme en testimonio de mi propia supervivencia.
Hoy después de tantos años conservo aquellos zapatos y puedo confesar que no perder la fe fue lo que me salvó. Que si sobreviví fue porque alguna vez creí y que lo que se veía tan imposible resultó siendo posible.
Que sí, sí sobreviví a ese infierno nazi. 

sábado, 5 de julio de 2014

"El niño de la cicatriz"

Ya me cansé de escapar. Luego de correr todo el día, mis piernas están tiesas, acalambradas. Los Jerrys están por llegar. Me persiguieron por horas y nada les impide seguir haciéndolo ahora. Qué irónico que este joven, el cual pensé era introvertido,al que trate de caerle bien y ser su amigo, sea el mismo que envió a terminar con todos nosotros.  
Era un joven normal, mi padre tenía un negocio en el centro de la ciudad por lo que podría decir que estaba bien parado económicamente. No tenía muchos amigos debido a que mi familia se tenía que mudar de ciudad o país por causa de su trabajo. Hacía 1 mes había llegado, todo parecía normal hasta que aquel joven llegó.  Decidí que quería empezar con el pie derecho ya que seguro había llegado hace poco y supuse que tuvo un largo viaje hasta aquí.
-¡Hola! Mi nombre es Abe. ¡Gusto en conocerte!
A pesar de haberlo saludado, no contestó, pero notó mi presencia. Creo que por eso me miró y frunció el seño. Después de eso, se fue al hotel que estaba en frente de casa y no salió más.
Era un joven extraño, pelo oscuro, bajo para mi edad y una muy distintiva cicatriz en su mejilla derecha la cual no voy a olvidar jamás.
Pasó el tiempo, tenía 25 años.  Estaba encargado del local de mi padre, llevaba una vida tan aburrida como la de mi infancia, la única diferencia era que ahora trabajaba. No pasó mucho tiempo de mi descanso y ya tenía que trabajar de nuevo, lo cual requería mucho de mi tiempo dentro del local, tanto, que tenía un colchón para dormir ahí.
En medio de la noche un estruendo me despertó, sentí olor a quemado. Rápidamente baje del ático del local donde dormía y fui hacia la entrada, allí estaban los braceras rojas. Habían destruido todo lo que mi padre me dejó. Grité entre sollozos y pregunté por qué habían hecho eso. No respondieron, solamente se acercaron y me golpearon hasta desmayarme. Abrí mis ojos, tenía frío, estaba oscuro, muy oscuro. Escuchaba susurros a todos lados y entre tantas palabras solo escuchaba esto: “el nuevo”… “el nuevo”…
Nunca había estado en un lugar así, era lúgubre, había un olor insoportable, vayan a saber de qué. Pasé años de mi vida en ese lugar, creo que 2 o 3. En ese tiempo me di cuenta realmente de cuál era el lugar en el que estaba, lleno de gente morena, gente homosexual. Parecía una prisión pero lo curioso era lo siguiente: nadie había cometido un delito.
No parábamos de escuchar “Heil…” y algo más que no lográbamos entender. Hiler, Hiter, algo así. En una oportunidad vino el encargado del campo, no lo conocíamos pero empezó a pasar por los cuartos y fue cuando llego al mío cuando me quedé helado. Tenía una cicatriz en la mejilla derecha. En ese momento nos dijeron que bajemos la cabeza ante él y que le tengamos más respeto.  Luego sentimos los pasos alejándose y volvimos a escuchar ese grito el cual ya había entendido.
Un día los Jerrys se descuidaron y dejaron abierta uno de los cuartos dejando así que saliéramos. Al principio dudamos pero notamos que no había nadie observándonos. Logramos salir de aquel infierno, o al menos eso pensamos. Todo estaba planeado. Era una cacería y nosotros éramos las presas.
Corrí y corrí hasta llegar donde estoy ahora, tirado en el piso, agonizando pensando esta historia, la historia de mi vida y de cómo aquel joven del cual quise ser amigo terminó matándonos a todos. Ese oscuro hombre, Adolf Hitler.

Maxi Bazan. 4to 2da TM

             

 Estaba yendo a trabajar a la fundición aquel lunes 24 de abril como todos los días, pero algo diferente iba a pasar, yo no lo sabía pero desde aquel día iba a cambiar mi vida.
 Mientras esperaba a que llegue el tren aparecieron varios militares armados y por sus uniformes me di cuenta que no eran armenios. Nos agarraron a todos y nos llevaron al centro del pueblo. En aquel lugar estaba la plaza con el mástil y la bandera armenia. El pasto era verde pero estaba un poco seco por el poco mantenimiento por parte de las autoridades del pueblo, pero aun así la plaza estaba muy parecida a como era siempre
 Allí estaba todo la población, estaba mi familia y mis conocidos reunidos en un rincón hablando. Al acercarme note que estaban llorando, pero eso no fue lo más preocupante porque al acercarme me di cuenta que mi padre estaba tirado en el piso con una mancha de sangre en la cabeza. Luego de que cesaran los llantos mi hermano se percató que estaba parado al lado suyo y me conto que mi padre intento proteger a la familia para que se escapen pero los militares le pegaron en la cabeza con la culata del rifle, con tal fuerza que le hizo una herida que le daño el cerebro. Sentía que la cabeza me daba vueltas, esto era demasiado para mí, primero aquellos militares que nadie sabía de donde eran, ahora el fallecimiento de mi padre por culpa de los mismos militares. Me desmalle en ese mismo instante, mi cerebro ya no podía procesar más información.

 Al despertarme me di cuenta que mi hermano me estaba llevando en su espalda y que estábamos  caminando por el desierto. Éramos muchas personas, demasiadas personas, podría llegar a pensar que alcanzaba la cifra de 10.000 personas. Estábamos las 24 horas rodeados de soldados solo había tiempo para descansar y no nos alimentaban. Era el segundo día y me agoté de tal forma que tuve que frenar un minuto, pero sin que me dé cuenta me separé del grupo. Mire para todas las direcciones, pero no los encontré y un militar al percatarse de que yo estaba quieto me empezó a golpear y empujar para que me mueva. Una chica se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y me ayudo a reincorporarme y a moverme. Ella era alta y de pelo lacio y largo de un color negro, sus ojos eran también de un color negro penetrante. Ella se percató de cómo me quede mirándola pero antes de que diga algo le pregunte como se llamaba, a lo que respondió con el nombre de Aaliyah.

 Nunca nos habíamos cruzado ya que vivía en otra ciudad. No era una chica tímida tenía entre 16 y 18 años y yo creo que gracias a nuestras charlas fue lo que nos permitió a nosotros no morirnos de hambre.

 Ese mismo día a la noche nos frenamos para dormir mientras los soldados comían, pero Aaliyah se reusó a dormir y me dijo que este atento. Unos minutos después uno de los militares se acercó a nosotros para ver si estábamos dormidos y Aaliyah le pego una patada en los pies, y mientras este estaba tirado en el piso ella le golpeó la cabeza para dejarlo inconsciente. Agarramos todas las pertenencias del soldado y su uniforme, el cual me puse yo, y tomamos viaje hacia el sur, con esperanzas de llegar a algún país.

 Luego de caminar unas horas nos pusimos a revisar las pertenencias del soldado, y encontramos un poco de comida y una cantimplora tomamos un poco de agua y comimos un trozo de pan cada uno. Luego seguimos caminando hacia la misma dirección, hacia el sur pero decidimos no hablar más para guardar energías, aunque no paraba de mirarla. Creo que fue en el momento en el que me enamore perdidamente. Luego de descansar un par de horas seguimos el camino pero ya era imposible no hablar, ya que sino nos moriríamos de aburrimiento más que de hambre.

 Ella me conto sobre su vida en el pueblo. Que no trabajaba, ya que sus padres tenían plata y la podían mantener y salía a pasear con sus amigas, pero que el resto del tiempo se sentía sola y aburrida. También me di cuenta que ella más que como una tragedia se lo tomaba como una aventura ya que estaba caminando por un desierto con una persona que conoció hace un par de horas pero que ya era su amigo. Yo le conté que trabajaba en una fábrica en la que se funden metales y que tenía que mantener a mi familia ya que mi padre se fracturo hace poco tiempo en el trabajo y por eso tenía que estar en cama. También le conté que mi padre murió intentando que escapara mi familia.

 Apenas termine de contar mi historia ella se puso a llorar porque se percató que se separó de sus padres y que capas nunca los volvería a ver, y yo en un acto de virilidad la tome por los brazos y la abracé con todas mis fuerzas, ella levanto la cabeza llena de lágrimas y se arrimó hacia mi cara en busca de un beso, al cual correspondí  con mis labios.


 Luego de ese momento en el cual demostramos nuestro amor sin las palabras seguimos caminando por un día y medio y llegamos a una ciudad que supusimos que era de Nakhichevan. En esta ciudad conseguimos trabajo y nos asentamos en esa ciudad. Luego de conseguir una casa empezamos a comprar todas las cosas útiles que necesitábamos, como utensilios para la cocina y toallas pero mientras caminábamos por la calle vimos en un periódico algo que nos impactó y nos hizo entender la razón por la cual los habían llevado por aquel desierto. Nosotros participamos en el genocidio de Armenia.

LAUTARO HULJICH

Luego de una ardua y extensa jordana de trabajo me dirijo a Sophiatown en los alrededores de Johannesburgo el autobús se detuvo y subieron 3 oficiales que pertenecían a afrikáner Weerstandsbeweging conocido como AWB de gran estatura con sus uniformes verdes y sus boinas rojas, uno de ellos se paró delante de mí me pidió que le muestre mi pasaporte, mientras lo examinaba yo sabía que todo estaba bien pero igualmente me puse muy nerviosa y no paraba de transpirar, me devolvió mi pasaporte y siguieron registrando uno por uno a todos los pasajeros, 15 minutos después nos permitieron seguir avanzando. Luego de haber caminado unas 8 cuadras que parecían interminables culpa de un frio arrasador que me congela de pies a cabeza, hasta que por fin logre llegar a mi hogar, humilde, sencilla, con sus paredes de chapas y maderas que acompañado de unos pares de abrigos nos permitían pasar el crudo invierno, igualmente yo estaba orgullosa de nuestra casa que con tanto esfuerzo habíamos logrado comprar con la persona que me acompaño toda la vida hasta haces unos años cuando nos dejó, dentro me estaba esperando mi madre con un plato recalentado del mediodía de mielie-meal, a todo esto Patrick ya se encontraba profundamente dormido porque al otro día lo esperaba un largo día de escuela.
Nuevamente mi rutina comenzaba desde antes que se pudieran observar los primeros rayos de sol, luego de dejar a Patrick en su escuela me dirigí a la parada de nuestro autobús especial para ir a la casa del señor Villers, una vez arriba del micro me senté en uno de los asientos del fondo mire el reloj y este marcaba las 8:15 am y comenze a imaginarme todos los reproches por parte del sr Villers por llegar tarde, como si fuera poco al igual que la noche anterior nos paró nuevamente un escuadrón de las AWB allí subieron 5 militares armados con sus fusiles. Empezaron a pedir la debida documentación, todos iban mostrando sus pasaportes hasta que un grupo de 3 hombres, 2 de ellos robustos y pelo corto y el otro delgado y el pelo más largo que estaban delante mío se negaron, el ambiente comenzó a tornarse tenso ambos empezaron a discutir y en un segundo el hombre delgado saco un revolver y le disparo 3 tiros al teniente 1 de ellos en el pecho y los 2 restantes en sus piernas, este mismo se desplomo sobre el piso y de su boca
y su pecho brotaba sangre como si fuese una fuente, esto apenas duró 5 segundos que fueron de un completo silencio y pareció durar una eternidad, inmediatamente los 4 oficiales restantes comenzaron a abrir fuego contra este grupo de personas sin tener en cuenta que en el medio había personas inocentes todo esto se transformó en un caos yo quede shockeada por el ruido de los disparos que a tan poca distancia me aturdieron, todos empezaron a intentar escapar por donde fuese posible algunos por la puerta otros rompían las ventanas yo opte por esta última opción en ese preciso momento en el que salí por la ventana mi tobillo quedo enganchado en uno de los cinturones lo cual género que perdiera el equilibrio y valla a parar directamente al piso con la cabeza. Desde ahí no recuerdo nada más hasta el momento en el que desperté sobre un sillón en una casa que no era la mía, ni mucho menos me encontraba muy confundía observe mi reloj e indicaba que eran las 22 pm no sabía ni porque ni como había terminado alli, entre toda la confusión vi como un hombre de tez blanca de una estatura media, cabello castaño y delgado se acercaba hacia mí, el miedo me superaba y comenze a temblar, sin darle tiempo a que dijera cualquier cosa yo me tire sobre el piso con la cabeza gacha y comenze a suplicarle que no me lastime, se acercó hasta mí me tomo del hombro y con una voz ronca me dijo que no tenga miedo y me ofreció un vaso de agua y algo para comer, yo con cierta desconfianza lo acepte luego le pedi pasar al baño allí en el espejo pude notar una gaza blanca con una cinta sobre mi frente, luego regrese al sillón donde desperté y le pregunte ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? A lo que el respondió que me tranquilice y me iba a explicar todo y comenzó “estas en mi casa, te encontré desmayada con un gran corte en tus frente y varios raspones a unos pocos metros de un autobús que estaba siendo incendiado en un enfrentamiento entre rebeldes y las fuerzas AWB yo transitaba por ahí con mi vehículo note que había varios cuerpos en el piso todos estaban sin vida menos tú, te recogí del suelo y te subí al asiento trasero, si no de otra forma hubieses muerto ahí, cuando llegamos a aquí tome mi maletín limpie tu heridas y coloque una gaza para que no se infecte. Yo pertenezco al Black consciousness somos un movimiento que se opone al sistema de segregación racial, que va encontra de los derechos humanos” al
terminar toda esta explicación le dije que regresaria a mi casa ya era demasiado tarde y mi familia debía estar muy preocupada por mí, el insistió en llevarme hasta mi casa pero le dije que no, dado que estaba mal visto que una persona de color y una blanca estén juntos por suerte mi casa quedaba a solo unos 20 minutos en autobús. Al llegar a mi casa mi madre me bombardeo con preguntas acerca de porque había llegado tan tarde decisti de decirle la verdad y le dije que me tuve que quedar hasta tarde porque el Sr y la Sra. Villers habían tenido una cena importante.
Al otro día tuve que pensar que historia le contaria al patrón para que no me eche, al llegar a la casa se encontraba la Sra. le comente todo lo que me había pasado cambiando la parte de que termine en la casa de un extraño, y le dije que tuve que acudir al hospital y allí tardaron varias horas en atenderme. Al terminar mi jordana de trabajo decidí pasar por la casa del extraño que me había salvado, esta se encontraba en una zona residencial de clase alta, al abrir la puerta se vio sorprendido por mi visita, “pensé que nunca más te vería” dijo, yo respondí que me había olvidado y quería agradecerte por haberme salvado la vida, “nunca nos presentamos “respondió, me llamo Marcelle respondí, “yo me llamo John” replico. Luego de una extensa charla contando nuestros pasados que por cierto muy diferentes decidí que ya era demasiado tarde para seguir así que tome mi abrigo ye inicie el regreso a mi hogar, allí como un hábito mi madre esperándome con la comida y muchas preguntas para hacerme a lo que yo siempre respondía con una excusa del trabajo. Al día siguiente repetí mi rutina de dejar a Patrick en su escuela, luego ir a la casa de los Villers y una vez terminado mi horario de trabajo partía de visita a la casa de John, había algo que me atraía y no sabía bien que era pero me gustaba. Luego de 2 meses repitiendo mis visitas a su casa al terminar mi trabajo llegue a pensar que estaba enamorado sin medir las consecuencias que esto implicaba, la relación entre una mujer de color y un hombre blanco estaban totalmente prohibidas y eran considerado delito, por suerte siempre lo mantuvimos en secreto.
Una vez que mi vida volvia a tener sentido desde mi marido y padre de mi hijo había fallecido tuvo que ocurrir lo peor, durante una marcha pacífica de los estudiantes negros en contra del idioma que los blancos nos querían imponer en las escuelas (afrikáans) se tornó violenta dio un saldo de muchos jóvenes muertos por la represión de la policía esto genero una ola de violencia en todo Sudáfrica, el gobierno toma la decisión de obligarnos a vivir en bantustanes yo junto a mi hijo y mi madre fuimos reubicados en transkei este era el bantustan de mayor tamaño y más poblado allí nos habían ubicados a todos los xhosa, esto forzó la separación entre yo y John

UN AMOR ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES. (Sofía Acosta)

UN AMOR ENTRE UNITARIOS Y FEDERALES.  (Sofía Acosta)

Corría el año 1829 cuando a todas las casa llegaba la noticia del fusilamiento de Dorrego, este hecho provocó en la campaña de la provincia una insurrección armada encabezada por Rosas y su cuerpo militar, llamado "Los Colorados del Monte".
Rosas era gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de las provincias unidas. Debido a la crisis política la legislatura le otorgó las facultades extraordinarias -es decir, el derecho de ejercer las funciones propias del poder ejecutivo, pero también de administrar justicia - con el fin de organizar el país.
En el momento de asumir su cargo, la provincia atravesaba por graves dificultades económicas de la guerra como consecuencia de la guerra con Brasil. Rosas resolvió suprimir algunos gastos que consideraba innecesarios y aumentar levemente los impuestos internos y los de los productos procedentes del exterior.
Él era un hombre muy solitario, vivía junto a su hija Manuelita. 
Ella siempre lo ayudaba con los problemas de relaciones exteriores. Una mañana se levantó y vio que golpeaba su puerta un muchacho muy apuesto; con apariencia extranjera, él traía unos papeles para autorizar.
Manuelita lo atendió y comenzaron a conversar, se sintieron muy atraídos uno del otro, siguieron viéndose pero a escondidas ya que él era hijo de una familia de apellido Lavalle. A pesar de que era una familia tradicional unitaria, José Manuel decidió seguir adelante con esa relación , ella debió decir algunas mentiras para verse con él. Así, este amor entre ambos duró muchísimo tiempo, hasta que su padre empezó a sospechar que se veía con alguien y por ese motivo mandó a los de la Mazorca para que la persiguieran e investigaran quién era aquel joven. Cuando Rosas se enteró, llamó a su hija y le prohibió verse con José Manuel Lavalle, ella indignada le reprochó que él no la dejaba ser feliz. Discutieron largo rato y luego Manuelita se fue a caminar por el campo decidida a poner fin a la relación. Ella temía por la vida de su amado porque conocía muy bien a su padre, este no dudaría en matarlo. 
Cuando se encontró con el muchacho, le explicó que ella no estaba enamorada de él y que no quería verlo más. José Manuel no entendía nada, no podía explicarse el cambio de Manuelita, pero... al final se imaginó todo.
Ella decidió encerrarse durante meses en la gran Casona que poseían en Barrancas Belgrano.
Sufría, lloraba, pero prefería eso antes que verlo muerto.
Él, muy desilusionado, decidió hacer un viaje a Europa, para olvidar esta gran pesadilla. Todo era muy difícil, no había un día en el cual él no dejara de pensar en ella. Todos los días le escribía cartas y se las mandaba con la esperanza de que algún día Manuelita le contestara, pero ese día nunca llegó, porque a ella las cartas no se las entregaban. Los sirvientes tenían orden de recibirlas y tirarlas al fuego.
Así, pasaba el tiempo y él nunca tuvo una respuesta.
Cada día estaba más triste, enfermó y se dio cuenta de que ya no quería vivir más. Se dejó morir de tristeza.
Manuelita, nunca se volvió a enamorar porque en su corazón estaba latente aquel hombre unitario, tan apuesto, amable e inteligente. Ella jamás se enteró que José Manuel  había muerto de amor por ella. Pensaba que allá en Europa se había olvidado o había encontrado a alguna dama de la alta sociedad europea.

Construyendo ilusiones - Sol Renzo

Me desperté con el llanto de mi papá, apenas lo pude asimilar, debido a mi estado adormecido, me dí cuenta que no eran unas lágrimas pasajeras. No lo había visto así desde que mi mamá murió cuando tenía a penas seis años, era muy chica como para digerirlo íntegramente y Marina, mi hermana menor, tenía tres años recién cumplidos, lo cual no pasó demasiado tiempo junto a ella. Esto no quiere decir que no fue algo que marcó un antes y un después en mi vida tanto a mí como a toda mi familia, pero a Juan, mi papá, hasta el día de hoy no logra recuperarse. Pasó un mes sin dormir, puedo recordar cada detalle de su cara cansada, con los ojos hinchados, bolsas bastante notorias debajo de sus ojos y la pérdida de pelo que le daba un aspecto mayor. No me puedo imaginar lo complicado que fue para él afrontarlo, que además del dolor tuvo que criar a dos nenas completa y totalmente sólo.
         Mi papá era una persona que yo efectivamente admiraba mucho, lo veía como un referente para mí. Siempre supo como salir adelante, y nos dio absolutamente todo lo que tuvo a su alcance. No tuvo una vida fácil, su papá lo abandonó cuando él nació, dejando a su mamá a cargo de toda responsabilidad. Para mantenerlo tuvo que dar todo de sí, trabajaba hasta el cansancio, en un trabajo que no era digno para nadie, en condiciones inhumanas y ni eso parecía alcanzar. La infancia de Juan estaba llena de recuerdos en la casa de su vecina, la cual no era de su agrado, debido a su actitud de autoridad e incesante mal humor, con una casa que tenía una cierta apariencia de abandono. Pasaba el tiempo tratando de buscar algo con que entretenerse hasta que Laura, su mamá, llegara, donde luego tampoco quedaba mucho tiempo, ya que venía de noche y debía dormir para el día siguiente hacer la rutina de todos los días, pero aún así, en ese corto plazo no desperdiciaban ni un segundo.
        Dejando una inagotable tristeza murió en un accidente automovilístico cuando mi padre tenía seis años, la misma edad con la que yo perdí a mi mamá.
        El punto es que jamás lo había notado de esta manera desde ese entonces, por lo que decidí levantarme de mi cama ágilmente hacia su habitación, que se encontraba al lado de la mía, cuando pongo un pie a fuera observo a mi hermana en la misma situación que yo.
         Un amigo muy cercano, más bien, su mejor amigo, que era como un hermano para él, había sido encontrado muerto con un tiro en la sien en su casa ubicada en el barrio de Barrancas a causa de la imprudencia de haber publicado en su libro a cerca de la corrupción de los que estaban a cargo del gobierno. Estaba destrozado, las lágrimas corrían sin freno por sus mejillas rojas de tanto llorar . Permanecimos toda la tarde consolándolo acostados en su lecho. Y llegué a la conclusión de que quizás esos sollozos no sólo estaban colmados de dolor, si no también de miedo, miedo a que nos pase lo mismo.
         Mi padre era una músico reconocido nacionalmente por lo que manifestaba y trasmitía sus pensamientos/sentimientos mediante el arte de su música. Lo que quiero llegar es que él había sido parte de una canción la cual hablaba sobre la represión por el gobierno que nos regía. Estaba aterrada. Pasé todo lo que quedaba del día con mi cabeza dando vueltas a cerca de lo que estaba pasando. Y sin darme cuenta me quedé dormida. Esta vez me desvelé con el sonido de algo que parecía el movimiento de unas valijas, lo que me llamó bastante la atención. Al unísono mi papá me llama con la intención de despertarme

- Bruna! Bruna! - dijo
- ¡Nos tenemos que ir! - agregó gritando

Y repitió lo mismo con Marina. Mi estado de inconsciencia me hizo estar bastante confundida hasta que por fin me despabilé y pude comprender todo. Era la madrugada de un un domingo, era 15 de marzo de 1977, mañana debía ir al colegio pero parece que eso había cambiado. Aún lo recuerdo como si fuese ayer.
         Me sobresalté con la noticia de que teníamos que exiliarnos a Francia, ¿cómo era que todo podía cambiar en un día?.
         Al parecer mi papá tenía dinero ahorrado ya que sabía que en algún momento esto iba a ocurrir. Y no era para menos, estábamos en dictadura hace ya casi un año. Esto definitivamente un golpe fuerte en mi vida, era una adolescente. Aunque entendía la situación en la que se encontraba la Argentina en ese momento, no creía que iba a ser tan pronto, no así.
        En el vuelo a Francia continuos pensamientos  trastornaban mi cerebro, ¿cómo me iba a adaptar? ¿qué pasaría con mi familia y mis amigos que estaban allí? ¿los iba a volver a ver? ¿cómo iba a adecuarme a un ambiente, idioma y personas completamente distintas? ¿me gustará?. Muchas cosas estaban pasando como para poder digerirlo tan ligeramente.
       Por otra parte, otra cosa que estremecía mi ser era el acordarme de Manuel, era el primer chico que me importaba en serio como para perderlo, me preguntaba como reacciona ría cuando se enteré que me fui. ¿Justo cuando me estábamos a punto de formalizar nuestra relación tenía que pasar?. No podía evitar cuestionarme por qué razón todo me ocurría a mí. Así fue como empezaron a brotar gotas por mis húmedos ojos, como si nunca fueran a acabar. Una sensación de vacío invadió mi persona, pero para eso siempre estaba mi hermana, para protegerme cuando más lo precisaba.
       Los primeros meses fueron complicados para Marina, mi papá y yo. Las personas eran amables pero igual así fue arduo lograr adaptarnos. Fue todo muy de repente. Por otra lado a Juan le estaba costando conseguir trabajo. Sin embargo para nuestra suerte, obtuvo uno en un bar donde hacia un show melódico con el fin de deleitar a los clientes. Un día, según lo que nos contó, una persona que se encontraba entre la multitud, que al parecer, era un músico muy famoso también, se entusiasmó mucho con mi papá y le propuso componer una canción juntos. Le estaba yendo muy bien después de todas las desgracias que vivimos, lo que era una felicidad inmensa para todos. Por mi parte, los primeros meses no dejaba de extrañar a Manuel, no había tenido contacto alguno desde mi partida. Pero no era todo malo, había conocido a Felix, un chico de mi colegio, no estábamos en el mismo año pero aún así nos hicimos grandes amigos en tan corto tiempo. Me comprendía más que cualquier otra persona y creo que a él le pasaba lo mismo lo que me hacía muy bien. Y sin darme cuenta terminamos siendo algo más que eso, cada vez nos veías más y más seguido dentro de los horarios fuera de clase, su presencia no hacia nada más que traerme felicidad, y lo mejor de todo es que era mutuo.
      Seis años después fue cuando con mi padre y mi hermana emprendimos vuelo hacia Buenos Aires, la dictadura había terminado. Eso debería ponerme contenta, y era así, pero también sentía la necesidad de quedarme en Reims, ya tenía mi trabajo, sí, ya me había egresado de la secundaria hace cinco años, y decidí optar por la licenciatura de diseñadora de moda, la cual me recibí cuatro años después. Y conseguí un trabajo en una empresa que le abastecía los diseños a una pequeña marca de ropa, pero se empieza de a poco, y estaba feliz con eso. También había hecho un increíble grupos de amigas entre las de la secundaria y las de la licenciatura por lo que si me iba, iba a ser difícil mantener  todo a distancia, y me daba cierta nostalgia. Igualmente emprendimos viaje, tenía miedo con lo que me fuera a encontrar, era una mezcla de ansiedad con felicidad de volver, pero había pasado mucho tiempo. Al tocar suelo argentino una lluvia de recuerdos cayeron sobre mí, historias buenas y malas, las canciones que solía escuchar, el olor a la comida de mi abuela, mis antiguos vecinos, tantas cosas. Retiré la valija de la cinta transportadora, empecé a caminar y sin darme cuenta ya me encontré fuera del aeropuerto. Corría un aire fresco, renovador. 'Dejar que las cosas fluyan' era algo que últimamente estaba rumiante en mi cabeza y que el destino me depare a donde tenga que ser. Una vez alguien me dijo: "No importa de dónde venís, o cuántas cicatrices te haya dejado la vida, de vos depende a donde quieres ir en el futuro". Allá voy.

¿Celular?

¿Celular?:


-¡Mamá! ¿Por qué no me comprás la ropa que te pido? Ésta no me gusta. No está a la moda.
Dijo Rebeca haciendo un capricho. Una vez más, sus padres no cumplían con sus pedidos. Harta de que esto se repita una y otra vez, decidió cumplirlos ella misma. Sacó algo de dinero de una caja que había en su casa, y fue al shopping más grande de su ciudad, decidida a comprarse todo lo que quería.
Al llegar, se asustó un poco, ya que esto de los centros comerciales, las grandes tiendas de ropa, y toda la tecnología que había en el lugar, recién se empezaba a implementar. Por lo que mucho no entendía qué tenía que hacer, ni cómo. De todas formas, entró al primer negocio en el que vio un vestido con grandes hombreras, y de un color muy llamativo.
Luego de probarse algunas prendas, decidió llevarse todo un conjunto que incluía ese vestido llamativo que vio en la vidriera, unos zapatos color fucsia, muchas pulseras de colores neón, grandes aros, y una campera de cuero color negro. Contenta, pagó la grande suma de dinero, y fue a mostrarle su adquisición a su mejor amiga Ana. Después de hacerlo, regresó a su casa.
Apurada, entró a su habitación, escondió la ropa en su armario, y fue a cenar junto con su madre y padre. Una vez en la mesa, sus padres le preguntaron en dónde estuvo por tanto tiempo, a lo que les respondió que fue a leer algunos libros en la biblioteca de su colegio. Terminó de cenar lo más rápido que pudo, y se fue a dormir, a pesar de que recién eran las 19:30.
Al otro día, una vez que regresó del colegio, merendó, se duchó, y comenzó a prepararse para la gran fiesta que iba a dar un compañero de su curso. Se puso toda la ropa que se había comprado, se maquilló con varios colores, se hizo el peinado más voluminoso que pudo, y se acercó a la puerta de salida, para ir a la fiesta. Sabía que a esa hora, su padre todavía estaba trabajando. Y al ver a su madre dormida, pensó que era el momento justo para irse. Abrió sigilosamente la puerta, salió, y vio que Ana la estaba esperando, haciéndole señas para que se apure lo más que pueda, ya que era tarde, y el lugar no quedaba muy cerca.
Llegaron, dejaron sus abrigos en el guardarropas del salón, y fueron directo a la pista, ya que sonaba Thriller de Michael Jackson (su cantante favorito). Una vez que terminó la canción, fueron a tomar algunas bebidas que estaban servidas en la mesa, y se quedaron hablando. Media hora después, cansadas de tanto bailar canciones de Madonna, Cindy Lauper y U2, fueron a sentarse, para descansar las piernas. Ana le dijo a Rebeca que la esperara unos minutos, ya que iba a ir a saludar a su prima, que recién había llegado a la fiesta. Pasaron 20 minutos, y Ana no volvía, pero Rebeca siguió esperando. Unos minutos después, escucha que alguien la llama desde la entrada el lugar. Pensando que era Ana, fue rápidamente para ver qué quería, pero para su sorpresa, no era ni Ana, ni ninguna otra persona de su edad. Era su madre, que por cierto se la notaba muy enojada. Al verla, inmediatamente se puso colorada de la vergüenza, ya que ésta le gritaba regañándola por haber ido a la fiesta sin avisarle. La llevó hasta el auto, y siguió regañándola, diciéndole que ella ya sabía que no estaba de acuerdo con ese tipo de fiestas, ese tipo de ropa que usaban los adolescentes, ni el estilo de vida consumista que estaba llevando, a lo que Rebeca le respondió:
-¡Nunca me dejas hacer nada! ¡Me estoy quedando sin amigos gracias a vos mamá! ¡En la escuela me critican por no tener nada de la ropa que se usa! ¡Y todo es gracias a vos! ¡A vos, y a tu estilo conservador!
Sorprendida por lo que su hija le dijo, decidió quedarse en silencio, y seguir manejando hasta llegar a la casa. Una vez en su hogar, le dijo a Rebeca que valla inmediatamente a dormir, y que no se hablaría más del asunto.
Al día siguiente, cuando Rebeca llegó al colegio, Ana la vio, y la ignoró. No le habló en todo el día. Al otro día, lo mismo. Preocupada, Rebeca decidió ir a hablarle, para averiguar qué sucedía. Su amiga le dijo que estaba enojada porque se fue de la fiesta sin avisarle, por lo que tuvo que volver sola a la madrugada hasta su casa. Rebeca le pidió disculpas, y le explicó lo ocurrido. Ana entendió que ella no tuvo la culpa, y le dijo que no se preocupe, porque iba a estar todo bien, y la invitó a pasar algunas noches en su casa, hasta que mejore su relación con su madre. Aceptó, y cuando finalizaron las clases, volvieron juntas hasta su casa. Al llegar, prendieron la televisión, y mientras que Ana preparaba la merienda, Rebeca se quedó viendo una nueva serie llamada Alf. En el corte, estaban dando un comercial que le llamó mucho la atención, y le comentó a su amiga:
-¡Mira Ana! Están hablando de una especie de teléfono, pero que se puede transportar. ¿No te parece raro?
-¡¿Qué?! No puede ser. ¿Cómo se va a transportar el teléfono? Debe ser una película Rebeca.
-¡Si! En serio. Dicen que estaría en una especie de valija, para así poder transportarlo.

-¿Estas segura de que no es La guerra de las galaxias?

-Alanis Borrego

viernes, 4 de julio de 2014

Libertad- Agustina Alvarez


LIBERTAD

¿Quién diría que en estos últimos días comenzaría a formar parte de un cambio? Expreso Abel con voz asombrada al reunirse con su familia ya que hace mucho no se veían, debido a que él trabajaba para traer el alimento a su hogar todos los días. La plaza, su lugar habitual de trabajo, hace unos días se vio afectada por un grupo de personas. Esto comenzó a preocuparlo e intrigarlo con respecto a lo que estaba sucediendo debido a que también se sentía un clima de tensión pero a la vez un aire diferente al de otros días. La gente se encontraba un tanto inquietada, movilizada pero con un único deseo: dar a conocer al resto de la población que había una posibilidad de cambio, un accionar que cambiaría para siempre su manera de vivir y pensar. La esperanza de una Revolución.
Era un chico de 21 años que desde temprana edad había comenzado a trabajar para traer el sustento a su familia: sus dos hermanitas de 6 y 8 años y su madre, gastada a pesar de sus pocos años debido al duro trabajo que tenía también desde muy chica. Su familia se basaba en esto, en la obediencia a órdenes superiores constantemente sin poder hacer mucho al respecto porque de esto vivían. Si alguno intentaba en ese momento dar alguna opinión, consejo, sugerencia o se atreviera a desobedecer las órdenes del jefe, le podría costar años de trabajo muy duro. A pesar de todo esto Abel siempre deseaba en su corazón lo mejor para su familia, por esto se esforzaba en cada día ir hasta la plaza que quedaba en frente del Cabildo para vender empanadas que el mismo hacía en su pequeño tiempo libre, cuando no tenía que ir a su trabajo. Era un chico muy especial que se atrevía a tomarse un tiempo para pensar la vida.
Muchas veces en esos pequeños momentos, mientras Abel cocinaba las empanadas para nuevamente ir a vender a la plaza, se preguntaba dentro suyo cuando es que podría de una vez por todas gozar de libertad. Libertad para poder educarse porque esto comenzó a despertarse dentro de él: el deseo de aprender. El quería poder disfrutar ratos libres, hablar y juntarse más seguido con sus amigos. No es que él tenía una mala vida y no podía disfrutar de ella, porque había aprendido a encontrar lo bueno en las pequeñas cosas pero en el último año Abel sentía en su corazón que quería algo más, será que comenzaba a crecer aún mas y sus deseos y responsabilidades eran otros y más específicos. El tampoco sabía por qué tenía estos pensamientos en su cabeza, pero en el último tiempo comenzó a despertarlo esta idea de Revolución que tanto hablaba la gente de la plaza cada vez que él iba a vender y esto verdaderamente le importaba mucho porque significaba algo importante, no solo para él y su familia si no para todo su país. Semanas atrás, un comprador le había contado acerca de algo que había escuchado, de que el Rey de España había sido tomado preso por los franceses y los criollos planeaban hacer renunciar al virrey. Esto desde un principio significaba un gran enfrentamiento porque los que defendían al rey se oponían totalmente al levantamiento de los criollos. Abel comenzaba a entender por qué había cada vez más gente en esa plaza, que si bien era conocida por ser un lugar transitado y con muchas personas como vendedores, compradores y los de clases más altas que salían a tomar aire y caminar para distraerse y tomar un poco de aire. Comenzaba a comprender porque todo comenzaba a sentirse diferente. Nuevamente este chico de 21 años se ponía a pensar y en su mente tenía el deseo de saber más acerca de esto que estaba pasando y por su puesto el lucharía a  favor porque el deseo que tenía en su corazón era poder encontrar eso que te llena de paz, te permite vivir, gozar, saber y te permite crecer como ser humano. “¡No debe haber nada más hermoso que la libertad!” Esta frase siempre estaba en la boca de Abel, a veces sin saber lo que esto verdaderamente significaba, pero él sabía que quería poder disfrutar de la vida sin que nadie le cuestione ni le niegue nada ni tampoco lo juzguen por sus orígenes y color de piel.
Pasaban los días y la gente seguía discutiendo acerca de que es lo que habría de pasar, si los españoles tomarían el gobierno en lugar del Rey que se encontraba en mano de los franceses o si por fin podrían ser dirigidos por representantes del pueblo. Si podrían vencer a los españoles así como hace 4 años atrás habían vencido a los ingleses en su invasión a la Ciudad. Estas charlas y juntadas comenzó a hacerse rutinaria en los bares y cafés de la ciudad de Buenos Aires. Las personas se hacían tantas preguntas sin poder encontrar las respuestas correctas para ellas, así como Abel también quería encontrar una solución para lo que él estaba sintiendo. Lo que había dentro quería salir y poder gritar ¡Libertad, quiero libertad! Muchas veces se preguntaba si esta loca idea y el fuerte anhelo de querer ser libre solo lo pensaba el o solo se le ocurría pensar en esto quien sabe cómo o porque, si hasta ese momento su vida había sido siempre igual: del trabajo a su casa, de la plaza a su casa y de ahí luego a su trabajo nuevamente…

Cierto día como cualquier otro se levantó Abel para ir temprano a la plaza y esta vez se le había ocurrido vender pastelitos, ya que la situación lo ameritaba porque fue toda una semana lluviosa para levantarse y desayunar algo que a todos les gustaba, por mas que fuera de clase baja, media, alta… Todos querían chocolatada caliente con pastelitos recién hechos.  Este joven salió de su casa con sus pastelitos para instalarse en el mismo lugar de siempre, casi en el centro de la plaza donde es imposible no hacer una parada para comprar lo que había allí. Y ahí se encontraba como siempre, pero esta vez noto algo diferente, había cada vez mas gente que se iba juntando cada minuto expectante de lo que podría suceder dentro del Cabildo, ya que ese 25 de Mayo de 1810 se celebró por primera vez un Cabildo Abierto. Esto significó para Abel conseguir lo que tanto quiso y mas anhelo en esa semana: libertad. 

Héroe

   Era un día nublado y lluvioso, Marcos vivía en una casa con su madre a la que ayudaba y cuidaba, ya que no salía con sus amigos ni veía a sus vecinos tampoco, algunos no los volvió a ver más. Era domingo, su día de franco, le faltaban ya tan solo pocos días para su baja después de tanto tiempo de presión por lo que se venía un día muy esperado.
   Él estaba en el sillón de su habitación, una habitación color verde oscuro, sin ningún cuadro, con una simple mesa llena de recortes de periódicos y de hojas de estudio. Durante su tiempo libre leía el diario del día, ya que era lo único que solía leer, porque los libros que su madre le había recomendado no se conseguían, y los que se conseguían no le interesaban. 
   Hasta que el llamado a la puerta, paralizo su tranquilidad, irrumpió en su mundo, eran ellos. El terror en persona. Atendió su madre, la cual tenía sus manos en la cara sollozando por el anuncio de estas personas con uniforme verde que miraban hacia abajo para hablarle, cerró su puerta y corrió a abrazar a su hijo. Cuando él se enteró de lo que estaba sucediendo, solo pudo llorar con el tratando de tranquilizarla. La noticia los derrumbo, pero no había forma de frenar eso que ya estaba comenzando. Se pusieron a pensar porque le había tocado a él, si su calvario ya estaba a punto de finalizar.
   Ese día, un día para olvidar pero difícil de hacerlo, un 4 de abril de 1982, empezó todo.
   Marcos ya había pasado los exámenes médicos y las pruebas determinantes, todavía no sabía a donde pensaban llevarlo pero ahora tan solo quedaba emprender vuelo y rezar. La moneda ya estaba en el aire.
   La madre, ya anciana que se dedicaba a cuidar y complacer los deseos de su hijo, era un mujer que ya había sufrido la pérdida de su primogénito hace muy poco tiempo, ella solía ser ama de llaves en una casa de familia de alto nivel económico pero a partir de ese momento, en sus tiempos libres decoraba la casa con cuadros de los tres juntos, mantenía el orden de su habitación con la esperanza de volverlo a ver y mostrarle cómo había quedado, y hasta una vez Marcos la escucho hablándole a una silla de su habitación pensando que estaba su propio hijo mientras lloraba. 
   Al ser Marcos, su único hijo, no paraba de brindarle consejos y hablarle sobre la vida. Ambos se prometieron enviarse cartas para mantenerse en contacto, ella le entregó y acomodo en su bolso una foto familiar y se despidieron en el aeropuerto con el más sincero abrazo que una madre puede darle su hijo.
   Ya en vuelo, con su uniforme nuevo color verde que en su izquierda tenía una pequeña bandera de color celeste y blanca, se corrió el rumor de que estaban yendo hacia el sur del país pero nadie sabía nada con certeza. Sin poder hacer nada al respecto y sin tener respuesta alguna solo pudo tranquilizarse a sí mismo mientras escuchaba el murmullo de sus compañeros de avión. Llegaron al aeropuerto y de a poco se iba enterando de lo que estaba sucediendo, había mucho viento, pero tenía que acostumbrarse al clima de allí, ya había caído la noche y mucho no se distinguía, más que un cielo eternamente oscuro con estrellas brillantes que brindaban esperanza. 
   Los primeros días comía bien, no pasaba hambre y el abastecimiento era normal. Pero a partir del primer mes, los soldados tuvieron que moverse al frente de combate donde era más dificultoso y con menos frecuencia la llegada de comida. También tuvieron que construir trincheras, las cuales no eran muy grandes, debían taparlas con carpas o césped y además tenían que compartirlas con un compañero, aunque Marcos nunca se quejó de eso.
  En cada tiempo libre, Marcos le escribía cartas a su madre, contándole cómo estaba y qué estaba pasando esperando una respuesta de su madre, por desgracia nunca fue entregada. Ni las de la madre a él.
  Pasaron los días, su ropa ya estaba desgastada, con polvo, descuidada. Lo invadía la tristeza por no saber el estado de su madre y por la caída de sus compañeros, hasta su compañero de trinchera. Cada día que pasaba, era un día más de vida, pero uno más de sufrimiento. La comida ya no llegaba porque el abastecimiento era en helicóptero y había distintas versiones, de que no llegaba por miedo a los bombardeos, por falta de combustible, o simplemente porque no había manera de llegar. Marcos cada día se veía más delgado, ya podía sentir huesos que nunca pensó sentir, veía cosas terribles pasar por sus ojos y estuvo hasta dos días sin comer Cuando el regimiento bajaba al pueblo, robaba comida. El soldado solo logro sacar una lata de membrillo, la abrió a la fuerza y se la guardo en su rasgado bolsillo lleno de polvo y tierra.
  Con el paso del tiempo, Marcos seguía pensando por qué su madre aún no le contestaba, él en sus cartas le expresaba el dolor que estaba padeciendo por todas las cosas que estaban pasando a su alrededor, pero ninguna fue respondida, sin embargo, nunca dejó de escribirle. 
  Durante los últimos días de combate, en donde ya los soldados estaban cansados y muertos de hambre, Marcos quedó bajo la tierra que se movía por los múltiples bombardeos y tiros que tapaban los cuerpos sin vida derrumbados por el enemigo de habla inglesa, y el polvo que formaba una niebla en donde no se diferenciaban las dos partes. Era un clima de puro caos.
  Los días pasaron y todo finalizo. Los soldados que permanecieron con vida volvieron en un buque extranjero llamado “Canberra” que zarpó el 19 de junio y arribó el 20 del mismo mes. Al llegar, los soldados fueron llevados a instalaciones militares para mejorar sus condiciones físicas, y de allí fueron llevados a su ciudad de origen.
  En Buenos Aires, la madre de Marcos lo esperaba, asustada pensando en lo peor por no haber recibido en tanto tiempo una sola carta de él. Pero éste nunca llegó. 
  La madre desesperada fue invadida por una terrible angustia y tristeza que empeoró su depresión y a pesar de su lucha constante en busca de su hijo, ella abandonó el mundo varios meses después. 
  Durante mucho tiempo Marcos se lo consideró como un muerto más en la batalla. El 11 de diciembre de 1983, corrió el rumor de que un sobreviviente de Malvinas, había llegado a Buenos Aires casi dos años después del hecho. Marcos fue noticia en todo el país, al preguntarle varias personas, cómo fue que llegó hasta allí y cómo había podido sobrevivir, el solo respondió: “Yo siempre estuve vivo, pero ella fue quien me salvó y me trajo”.  
  Y Desde ese día, muchos de los vecinos, lo veían por las tardes de domingo decorando su casa con fotos de su hermano y de su madre. Hasta que un día, no lo vieron más. 
 

-Jimena Muñoz-

"La catástrofe" por Ramiro Clerici

La catástrofe

Es martes por la madrugada. El agudo sonido que provoca la cafetera para avisar que el café está listo me despierta, disgustado. Sin ánimos de levantarme, agarro mis anteojos, me apoyo en el respaldo de la cama y me cruzo de brazos, como para hacer un berrinche. Miro el reloj: 7:30. El sol ya se alza alto en el cielo, teniendo en cuenta que faltan unos pocos días para que termine el verano. Busco mis pantalones, zapatos y camisa, me visto y salgo de la habitación.

—Daniel, está el desayuno!me grita mi esposa Ariana. Todas las mañanas me prepara mi café con medialunas, aunque yo no tenga mucho apetito.

Me siento en la mesa, sin humor. Hecho una mirada a nuestra sala de estar, que está pegada a nuestro comedor: dos sillones individuales, otro un poco más grande, rodeando una pequeña mesa de cristal, contemplando el gran reloj de madera, perteneciente a mi abuelo. Un simple comedor, con un gran ventanal que ilumina todo el ambiente, está ocupado por una mesa y cuatro sillas, aunque nosotros solo seamos tres. En eso aparece Eric, el primogénito de diecisiete años, con cara dormida y pasos pesados. Buenos díasdice con voz ronca. Mi esposa y yo le devolvemos el saludo. Ariana me trae el desayuno en una bandeja, luciendo su gran vientre de siete meses, esperando una niña para el mes de noviembre. Todavía no decidimos el nombre, aunque no estoy muy entusiasmado con el asunto. Tengo casi cincuenta años y no estoy muy seguro del rumbo que le estoy dando a mi vida.

Necesito despejar mi mente, por lo que me levanto de la silla, me despido de mi familia, agarro mi saco y valija y salgo del departamento. En el pasillo, llamo al ascensor, bajo hasta la planta baja y abandono el edificio. Una mañana como todas.

Me dirijo a la estación del metro, solo queda a unas cuadras. Cuando llego, hay tanta gente que no puedo ver si viene o no el transporte. Esto comienza a fastidiarme completamente. Llega el metro, la gente se aglutina en las puertas, y no puedo saber si hay más personas fuera o dentro del subterráneo. Adentro del mismo no se puede ni respirar, hace mucho calor y el estar tocando con todas las partes del cuerpo a otras personas es insoportable. Suerte que faltan tres estaciones.

Desde hace seis años trabajo como contador de un banco en un gran edificio. Con el tiempo empecé a perder interés en mi oficio, pero como la paga es buena no tengo otras excusas para no seguir adelante. Mi jefe es un presuntuoso, muestra su dinero e impone esa superioridad de tipo rico sin una pizca de humanidad. Con mis compañeros de trabajo casi nunca socialicé, bien que no me esfuerzo mucho en eso; la mayoría están dementes.

Salir del metro es la misma pesadilla que al entrar, esa ola descomunal de seres vivos avanzando hacia unas pocas salidas, arrastrando todo lo que se cruce en su camino, te hace querer quedarte en el metro durmiendo y que te lleve a donde sea. Me entrevero en esa multitud andante, sin saber si voy a salir de allí, y busco la salida más próxima.

Mientras camino por la calle, compro el periódico y me dirijo a la entrada del edificio, que queda a cuatro calles de la estación del subterráneo. Cuando llego al vestíbulo, lo contemplo: una inmensa edificación de más de noventa y nueve pisos de alto, a simple vista más de trescientos metros de altura. Toda su base exterior está sostenida por anchos pilares brillantes, que se van ramificando con la altura. Miles de oficinas, más de setenta ascensores y una vista impresionante de toda la ciudad.

Ingreso al establecimiento a eso de las 8:00, me dirijo a uno de los ascensores y le indico al encargado del ascensor que voy al piso ochenta y dos. Luego de unos cuatro minutos de subir y subir, llego a mi planta y me dirijo a mi cubículo correspondiente. Es un pequeño espacio, en donde todo lo que hay es un escritorio, una computadora sobre él y una silla de escritorio, además de una impresora, papeles, lápices y demás.

Luego de concretar algunas llamadas, realizar unas cuentas y levantarme a buscar café cada quince minutos llega el momento del almuerzo, a eso de las 12:30. Ya estoy fastidiado, cansado y quiero salir un rato al exterior. Sin nada que me lo impida, bajo los ochenta y dos pisos en ascensor , salgo y me dirijo a un restaurant que está a dos calles. Allí como pizza y vuelvo al trabajo.

No tengo ganas de trabajar, pero como solo me quedan dos horas de trabajo voy a hacer un esfuerzo y terminar lo antes posible. Cuando llego a mi escritorio veo a mi jefe, dejando una pila inmensa de hojas en mi pupitre. Por dentro ya estoy maldiciéndolo.

Daniel, hoy te toca un poco más de trabajodice mi jefe con un tono irritantenecesito que resuelvas este papeleo para mañana, así que creo que te quedarás un rato más el día de hoy.
Pero jefe, hoy es imposibleinvento algún pretexto tengo que ayudar a mi esposa con el embarazo y debo volver a mi casa para...
Sin perosme interrumpehágalo. Lo veo mañana por la mañana.

Pensando en las palabrotas que le diría y en cómo me gustaría tirarlo por el último piso, me siento en mi silla y comienzo a revolver y rellenar los papeles de muy mala gana. Con el tiempo, la gente se empieza a ir, y voy quedando solo en la sala, en el piso, en el edificio.

Alrededor de las 19:00 termino el bendito papeleo, guardo mis cosas y me voy de una vez de este abominable edificio. Ya está oscureciendo y las luces de la ciudad ya están iluminándolo todo. Bajo en ascensor, llego al primer piso y empujo la puerta giratoria para salir.

El viaje en metro fue rápido, con menos gente que a la mañana. Camino por la calle desierta, hecho polvo. Estoy muy cansado y lo único que quiero es llegar a mi casa, comer y no saber nada del mundo por unas horas.

Llego a mi departamento. Dejo mi maletín y mi ropa de trabajo y me hecho en el sofá, exhausto. Ariana me recibe.

Daniel, mirame dice tocando su vientreestá pateando.
Ahora no amor, estoy agotadole digo con tono descortésme preparas algo para cenar? Muero de hambre.
Sabes qué? Yo tampoco estoy de humor para hacer la cename dice disgustada mientras se levanta lentamentevoy a salir un rato, luego te veo.
Sin que yo pueda decir una palabra, Ariana busca su abrigo y cartera y sale del departamento. Veo a Eric apoyado contra la pared, con cara afligida después de haber escuchado la conversación.
Haz lo que quieras, yo comeré algo y me iré a dormirle digo mientras me encamino hacia la cocina para ver si hay algo para cenar.

Estoy en la cama. Tengo la mente llena de pensamientos y preocupaciones. Odio mi trabajo, estoy pasando un mal momento con mi familia y ya no se qué hacer. Pienso en mi jefe: aquel desgraciado que disfruta del sufrir de los demás, se regodea con los tipos de los altos rangos y su egocentrismo es abrumador. Me quedo dormido en medio de la reflexión, sintiendo un vacío en mi interior, sin poder dar las buenas noches a mi esposa.

Esta vez es la alarma la que me despierta. Miro a mi lado y no veo a nadie, al parecer no durmió aquí esta noche. Me visto y salgo de la habitación.

Rápidamente preparo mi desayuno y el de Eric, quien ya se levantaba y me decía su cordial "Buenos días".

Mamá no ha vuelto?me pregunta, preocupado.
No, no durmió aquí esta noche, no sé donde puede estar.

Dejo el desayuno en la mesa, como mi parte rápidamente, me despido de Eric y salgo hacia el trabajo.
Al llegar a la entrada del colosal edificio a las 8:00 en punto, siento que algo anda mal. No sé qué, ni cómo, ni por qué, pero lo siento en el aire. Entro al establecimiento, subo hasta mi piso y me ubico en mi escritorio. Mi jefe me recibe con una sonrisa malévola, como si estuviera tramando algo.

Luego de media hora de hacer cuentas y números, todo se calla por un momento. Luego de ese preciso instante, el edificio entero recibe un temblor. No solo un temblor, sino que siento que la estructura se tuerce hacia un lado. Se empieza a correr un rumor. Yo lo primero que pienso es que fue un terremoto o algo así.

Gritos. Los gritos provenientes de los pisos superiores me paralizan. Suenan las alarmas de emergencia. Por un altavoz se escucha:

¡Han estrellado un avión contra la torre!¡Todos a las escaleras!

Luego de estas palabras, mi oído comienza a fallar. Lo único que escucho es un pitido muy agudo. Todo lo demás lo escucho como si estuviera adentro del agua. Por un momento me ausento del mundo, como si mi mente estuviera en otro lado. Siento que alguien me empuja de atrás. Vuelvo a la realidad.

Sin perder la calma, me dirijo hacia la escalera más cercana y comienzo a bajar, sin escuchar los desaforados gritos y aullidos que se escuchan por doquier. Al mirar hacia arriba en las escaleras, se puede ver el cielo, y fuego, mucho fuego.

La confusión y el pánico se extendió por toda la edificación. Luego de bajar unos pisos, apartado de la multitud, encuentro a mi jefe, tirado en el piso, tomándose la pierna.

¡Daniel! ¡Por favor, ayúdame!me grita desconsoladamente  me lastimé la pierna, no puedo caminar.

Una imagen viene a mi cabeza. Una imagen de mi jefe cerrando la puerta del ascensor antes de que yo entrara, de él riéndose a mis espaldas.

No hago caso a estos pensamientos. Lo tomo de un brazo, lo ayudo a levantarse y, juntos, comenzamos a descender.

La multitud, enloquecida, corre por las escaleras. Recordé la estación del metro. No era muy diferente a esto, solo que no había un edificio incendiándose.

Cuando estamos por la mitad, se escucha otro temblor, más alejado esta vez. No puedo descifrar cuál es su origen, por lo que no me detengo y sigo mi carrera. Mis piernas comienzan a cansarse, el jefe es muy pesado y estamos descendiendo lentamente.

En media hora recorrimos cuarenta y seis pisos. El edificio comienza a sacudirse, amenazando con derrumbarse. Mi jefe me ordena que lo deje, dice que no hay esperanza para ambos. No hago caso y sigo descendiendo. Finalmente se escucha un gran estruendo, proveniente de los pisos más altos. Al edificio le faltan minutos para desplomarse. Logramos salir del establecimiento.

Al mirar hacia arriba veo una gran bola de fuego, rodeada de una enorme nube de humo. La otra torre igual, humeando como si fuese una chimenea. Desde las ventanas la gente grita y algunas se lanzan al vacío. Parece una horrorosa pesadilla.

Pero al salir no se terminó nuestra huída. El edificio puede venirse abajo en cualquier momento, y sepultarnos con él.

Luego de correr con mi jefe en brazos unas cinco calles, se escucha un estruendo. La parte superior de la torre en la que hacía una hora estaba trabajando, ahora caía en picada hacia la avenida, sumiendo a los edificios cercanos bajo sus escombros.

Decidí no ver más esa escena. Entendí que esto era una señal para mí. Que debo estar con las personas que quiero y me quieren, sin importar lo que me pase a mí, personalmente. En ese momento, dejo a mi jefe en manos de unos médicos que bajaban de una ambulancia, para comenzar a correr. Esta vez no voy a tomar el metro, voy a llegar a mi hogar y abrazar a mi familia.


Ramiro Clerici