Mi mente repetía constantemente la mañana de aquel día. Los charcos de agua, el viento que soplaba y un profundo vacío dentro de mí. ¿Todo se desvanecía o era idea mía? En fin, ya no había vuelta atrás.
Si tan sólo hubiese nacido en otro año, época o país... de cualquier forma si el destino quería verme así, nada lo iba a detener.
Exclusión de muchos, racismo que marcaba personas, ojos que lo vigilaban todo y armas de fuego que sólo querían ver sangre correr. ¿Acaso nos veían como objetos? Sacarles la vida a centenares de personas por sus creencias, color de piel, condición sexual... ¿De algo valía haber atentado contra tu prójimo? Lo cierto es que solo faltaba yo, una mujer judía que aquella mañana había dejado a su familia.
La pregunta que rondaba mi mente era: ¿A dónde iba a parar? Recuerdo cada día como si lo hubiese vivido ayer.
Ante nuestros ojos la llegada del tren, ese tren del que habíamos oído hablar con tanta frecuencia. Vagones de mercancías cerrados desde el exterior pero por dentro, hombres, mujeres y niños, entre ellos yo. Comprimidos sin piedad como mercancías en docenas en un viaje hacia la nada.
Los campos de exterminio se habían convertido en un mundo, un sistema, una realidad que no tenía nada que ver con la que experimentaban otros seres humanos a lo largo de su existencia vital. A toda hora el peso del estómago vacío, las mandíbulas inmóviles, la pesadez de los huesos y la lucha por la comida. Incluso la muerte de muchos en busca de un poco de pan.
¿De verdad era ese el comienzo de algo mejor? Por alguna razón no tenía el mínimo rencor hacia los causantes de ese infierno, sin embargo, no dejaba de pensar en cómo alguien podía ser capaz de eso. Lo cierto es que a pesar de todo, y de cada cosa ya nombrada, nunca llegué a perder la esperanza. Sabía que aquello ocurría por alguna razón y lo único que quería era estar con mi familia, cerrar los ojos e imaginarme en casa. No pedía nada más que mi hogar.
Lastimosamente lo que me quedaba de el eran mis zapatos azules ya gastados y opacos, aquellos que recibí de mi esposo en mi último cumpleaños. Cómo olvidarlo?... ese regalo ahora era lo único que tenía de él. Quien era mi todo, quien me había acompañado hace casi 30 años, quien había soportado todas y cada una de mis quejas y caprichos. Lo amaba y era lo más preciado que tenía aunque sabía que ya no lo vería más. Mi compañero, mi mejor amigo, no hacía nada más que pensar en él cuando los observaba. A pesar de no haberme dado un hijo, el fue todo lo que siempre quise y el mejor regalo que Dios me pudo dar.
Mi intención era permanecer con mis zapatos hasta el final a pesar del dolor y de las profundas heridas que me dejaban. Esos zapatos me hacían creer que había una salida,que a pesar de la situación en la que me encontraba todavía había esperanza.Confiaba tanto en aquel par, tanto que parte de mi confianza estaba puesta en ellos para poder volver.
La verdad es que era gracioso pensar que podía sobrevivir. ¿Ideas locas mías? Por muy difícil que se veía, la certeza de poder escapar invadía todo mi ser.
¿Era porque me los había regalado mi esposo que tanto amaba? ¿O porque al observarlos me traían aliento para pensar en poder regresar? No lo sé. A pesar de mi gran fe, en ocasiones sentía dolor por absolutamente todo. Y quizás no era tanto el cuerpo lo que me dolía, sino los recuerdos que me acercaban a mi familia.
Llegué a ver la des-humanización de tantas personas a partir de la extracción de sus búsquedas de conocimiento, de preguntas, de conciencia. Además de la llegada al campo de concentración, el desnudamiento, el afeitado de la cabeza y la imposición del uniforme a rayas que nos convertía en unos "presos" más.
En un último momento de lucidez me pareció que éramos almas malditas errantes en el mundo de la nada, almas condenadas a errar a través de los espacios hasta el fin de las generaciones en busca de su redención, en busca del olvido, sin esperanza de encontrarlo.
El conocimiento solo no es suficiente para describir el “terror” que infectó toda la vida de la posguerra, y sinceramente escribo esto para poder expresarme sobre la experiencia más traumática de mi vida, la más traumática del siglo XX. Desafiando todos los límites de la escritura para transmitir así mi experiencia y convertirme en testimonio de mi propia supervivencia.
Hoy después de tantos años conservo aquellos zapatos y puedo confesar que no perder la fe fue lo que me salvó. Que si sobreviví fue porque alguna vez creí y que lo que se veía tan imposible resultó siendo posible.
Que sí, sí sobreviví a ese infierno nazi.
Damaris: elaborás un buen relato que cuenta una historia clara. Podría ser excelente con un poco más de trabajo, ya que ganaría en expresividad si revés ciertos errores en la expresión ( construcción de algunas oraciones, uso de tiempos verbales) y evitaras las explicaciones y la sobreabundancia de información que no cumple ninguna función. No lográs dar con el tono narrativo y predomina el decir. Por esto, no logra conmover ni involucrar afectivamente al lector.
ResponderEliminarNota: 6