Es hoy, por
fin, hoy. Salto de la cama como si de eso dependiera mi vida, pero no es así.
Lo que ocurre es que hoy me reencuentro con mi familia, mi otra familia, la que
elegí. Hoy voy a la República de Cromañón. Hoy veo a Callejeros, el resto me
importa poco y nada.
Son las
11.15 del 30 de Diciembre de 2004. Muy temprano para almorzar, muy tarde para
desayunar. La ansiedad me destruye, la necesidad de que sea de noche me
sobrepasa. No tengo idea de cómo voy a hacer para pasar la tarde en paz.
Prendo la tele,
están anunciando el nuevo proyecto que está defendiendo el flamante presidente
Néstor Carlos Kirchner. Me es totalmente indiferente. Después de todas las
cosas que vivió mi país no creo en la política. Quizás por eso me gusta tanto
Callejeros, por su rebeldía, por sus cuestionamientos, su frenesí de espíritu
adolescente.
La tarde se
me pasa cada vez más lenta, pero seguro que es solo la adrenalina de lo que
estoy por vivir. Son casi las 16hs, el recital empieza tipo 21hs, pero hay una
banda telonera, “Ojos Locos”. Como no le encuentro razón a seguir tirado en mi
cama tocando la guitarra, decido partir. Armo mi “itinerario de recitales”,
junto mi remera de los Rolling Stones, mi short, mis zapatillas (casi más barro
que goma), la bandera, mi entrada y, por supuesto, para la fiesta, mis
bengalas. Le pregunto a mi viejo como llegar hasta Once, “Tomate el 68, acá, en
Cabildo y Besares, en 45’ estás”. Le agradezco, le doy un abrazo y me voy
cantando.
El
colectivo tardó banda en llegar, estoy maldiciéndolo, no me quiero perder ni el
más recóndito e irrelevante detalle de lo que vaya a pasar hoy con mi banda. En
el camino miro por la ventanilla, la calle está muy poblada para ser jueves,
seguro que los pibes ya terminaron el ciclo lectivo. En el asiento de adelante
dos viejas cuchichean sobre temas poco interesantes, que no sé qué de la nueva
película del Fantasma de la ópera, que no sé qué de una tormenta en Brasil.
Llego.
Llegué. Acá estoy. Tanta gente como yo, sin otra preocupación en la mente más
que inflarse el pecho y enorgullecerse al decir “Esta es mi banda, esta es mi
creencia”. Me sorprende (Aunque este pensamiento sea un breve destello en mi
cabeza) el poco operativo policial que hay en las afueras. “Mejor”, pienso,
“voy a tardar menos en entrar y nadie me va a joder”.
Son las
18.30, todavía falta para que abran las puertas y justo me encontré con unos amigos.
Hago la fila más tarde mejor. “Che, ¿trajiste las banderas?” le pregunto a
Juan. “Obvio, papá, ¡nunca faltaron a un recital!, ¿Vos conseguiste las
bengalas?, espero que las dejen pasar.” Me contesta mi amigo de 23 años y con
mi mismo espíritu.
Recapacito
un rato, ¿Por qué no nos dejarían ingresar las bengalas?, Si son parte de la
misma fiesta del rocanrol, esa que vive y vivirá miles de años. No encuentro
respuesta, ¿Será para que no nos sintamos del todo libres de poder hacer lo que
queremos?, ¿Será esta una forma subliminal de mantenernos tranquilos y sin
revuelos? No me tomo más molestia en seguir escavando en este tema, ellos
tendrán sus razones.
Vuelvo a mi
entorno, a mis amigos. Chamuyamos un rato, nos reímos. No podría imaginar algo
mejor. De repente nos damos cuenta que la fila para ingresar se va armando y,
como no queremos terminar atrás de todo, nos aventuramos al inicio de la noche.
Con el transcurso de los minutos nos damos cuenta que hay quilombo para
ingresar, una mina adelante nuestro nos dijo que es porque no hay patovicas
mujeres que puedan hacerle el cacheo a las chicas. “¡Que manga de
inoperantes!”, gritó. No debí haber hecho eso, me gané el odio de hombres que
son tres veces mi cuerpo, pero bueno, me dejé llevar y luego veré que me depara
la llegada.
Llega mi
turno (después de mucho tiempo, ya que tuvieron que llamar patovicas mujeres
para el ingreso), el hombre gordo, pelado, lleno de músculos y con una
expresión cansada/seria/enojada me mira. Yo lo miro. Nos miramos. “¿Y, pibe?,
¿Qué esperas?”, me pregunta. “¿Eh?” logro, con mucho miedo pero con aires de
soberbia, contestar. “La entrada, capo.
Si me seguís jodiendo no te dejo pasar”.
No quiero problemas, se la doy y me voy con mi bronca para adentro.
El lugar es
muy chico, casi que me causa claustrofobia, muy lúgubre, lo único que veo a mi
alrededor (aparte de pibes todos muy parecidos entre sí) son paredes grises,
sucias, un toldo en el techo, dos escaleras y el escenario.
El
escenario. Ahí van a estar. Ahí veré por quiénes dejo la vida, por quiénes me peleé
más de una vez, a los que siempre me ven cuando me despierto a través del
poster estratégicamente colocado frente
a mi cama. Lo pienso y se me llenan de lágrimas los ojos, nadie nunca lo va a
entender. Ni yo mismo.
Conforme
pasan los minutos el lugar se va llenando, veo muchas caras conocidas. Empieza
la banda telonera, “Ojos Locos”. Me gusta, pero ni puedo prestarle atención,
estoy muy excitado, no me puedo concentrar ni en mis propios pensamientos.
Pasan los minutos. Se percibe cada vez más tensión en el ambiente. Esa mezcla
de ansia, expectativa, pasión, algarabía y tantas otras cosas que un corazón no
puede aguantar. Tan perfecto que asusta, como dice mi banda.
“Y ahora sí,
con ustedes y para ustedes… ¡¡¡Callejeros!!!” Dice el anfitrión, Chabán. El griterío es ensordecedor, gritos, gritos y
más gritos. Hasta alguna lágrima cae por la mejilla de un fanático. Bueno,
empiezan los primeros acordes de “Distinto”, es momento de hacer lo que más me
gusta y por lo que más me conocen. Todos me miran, saben que lo voy a hacer, yo
sonrió. Prendo la bengala, en estos momentos me siento el amo del universo.
Pero, de repente, empiezo a caer en la cuenta que tela que hay en el techo se
enciende en llamas. No le hago caso, debe ser pura casualidad, sigo con el
recital. Pero sigue mi preocupación, veo que muchos espectadores empiezan a
gritar, no aúllan las letras de Patricio Fontanet, son gritos de desesperación.
Todos miran para arriba, tocen, corren, gritan, buscan a sus compañeros, no los
encuentran, lloran, dolor, mucho dolor. Esas cosas estoy sintiendo.
El lugar
está completamente oscuro, no entiendo nada, me cuesta formular estos
pensamientos, creo que siento algo parecido a arrepentimiento pero no entiendo
por qué, si no hice nada que pudiera afectar a mis pares. Es más, fui participe
principal del folclore. Igual en este momento me importa más luchar por mi vida
que pensar en esto. Piso cabezas, tiro gente al piso, estoy gobernado por el
instinto animal, no recapacito en que ellos son como yo, no me importa, los
destruyo para poder llegar a mi objetivo. Lo logro. Salgo. Me rompo en un
llanto interminable.
Amanezco en
un hospital, me dicen que mi estadía va a
durar una semana. La culpa me carcome la cabeza, no logro pensar en otra cosa. Decido
que es mejor dormir lo que me quede y después preocuparme por lo que vendrá,
después de todo “Ser ignorante no te exime, pero tampoco te convierte en un
traidor”.
nestor no se murió!
ResponderEliminarJoaquín: si bien hacés un buen trabajo de escritura y muy buena reconstrucción de los hechos, la elaboración se aproxima más a lo testimonial que a lo ficcional. ¿Cómo interviene tu imaginación en la elaboración de esta historia? ¿Cuál es la transformación de la realidad que te propusiste al escribirla? El único recurso al que recurrís es la construcción del personaje narrador. Ya desde el título sabemos qué se va a contar y esperamos una vuelta de tuerca o giro que observe desde un lugar novedoso hechos tan conocidos; sin embargo, esto no sucede y el resultado es tan esperable que deja la sensación de estar releyendo otra vez esta historia.
ResponderEliminarBuen trabajo con la voz y el ritmo. Rever puntuación.
Nota: 7