viernes, 4 de julio de 2014

Treinta Doce Cero Cuatro - Joaquín Trebliner

Es hoy, por fin, hoy. Salto de la cama como si de eso dependiera mi vida, pero no es así. Lo que ocurre es que hoy me reencuentro con mi familia, mi otra familia, la que elegí. Hoy voy a la República de Cromañón. Hoy veo a Callejeros, el resto me importa poco y nada.

Son las 11.15 del 30 de Diciembre de 2004. Muy temprano para almorzar, muy tarde para desayunar. La ansiedad me destruye, la necesidad de que sea de noche me sobrepasa. No tengo idea de cómo voy a hacer para pasar la tarde en paz.

Prendo la tele, están anunciando el nuevo proyecto que está defendiendo el flamante presidente Néstor Carlos Kirchner. Me es totalmente indiferente. Después de todas las cosas que vivió mi país no creo en la política. Quizás por eso me gusta tanto Callejeros, por su rebeldía, por sus cuestionamientos, su frenesí de espíritu adolescente.

La tarde se me pasa cada vez más lenta, pero seguro que es solo la adrenalina de lo que estoy por vivir. Son casi las 16hs, el recital empieza tipo 21hs, pero hay una banda telonera, “Ojos Locos”. Como no le encuentro razón a seguir tirado en mi cama tocando la guitarra, decido partir. Armo mi “itinerario de recitales”, junto mi remera de los Rolling Stones, mi short, mis zapatillas (casi más barro que goma), la bandera, mi entrada y, por supuesto, para la fiesta, mis bengalas. Le pregunto a mi viejo como llegar hasta Once, “Tomate el 68, acá, en Cabildo y Besares, en 45’ estás”. Le agradezco, le doy un abrazo y me voy cantando.

El colectivo tardó banda en llegar, estoy maldiciéndolo, no me quiero perder ni el más recóndito e irrelevante detalle de lo que vaya a pasar hoy con mi banda. En el camino miro por la ventanilla, la calle está muy poblada para ser jueves, seguro que los pibes ya terminaron el ciclo lectivo. En el asiento de adelante dos viejas cuchichean sobre temas poco interesantes, que no sé qué de la nueva película del Fantasma de la ópera, que no sé qué de una tormenta en Brasil.

Llego. Llegué. Acá estoy. Tanta gente como yo, sin otra preocupación en la mente más que inflarse el pecho y enorgullecerse al decir “Esta es mi banda, esta es mi creencia”. Me sorprende (Aunque este pensamiento sea un breve destello en mi cabeza) el poco operativo policial que hay en las afueras. “Mejor”, pienso, “voy a tardar menos en entrar y nadie me va a joder”.

Son las 18.30, todavía falta para que abran las puertas y justo me encontré con unos amigos. Hago la fila más tarde mejor. “Che, ¿trajiste las banderas?” le pregunto a Juan. “Obvio, papá, ¡nunca faltaron a un recital!, ¿Vos conseguiste las bengalas?, espero que las dejen pasar.” Me contesta mi amigo de 23 años y con mi mismo espíritu.

Recapacito un rato, ¿Por qué no nos dejarían ingresar las bengalas?, Si son parte de la misma fiesta del rocanrol, esa que vive y vivirá miles de años. No encuentro respuesta, ¿Será para que no nos sintamos del todo libres de poder hacer lo que queremos?, ¿Será esta una forma subliminal de mantenernos tranquilos y sin revuelos? No me tomo más molestia en seguir escavando en este tema, ellos tendrán sus razones.

Vuelvo a mi entorno, a mis amigos. Chamuyamos un rato, nos reímos. No podría imaginar algo mejor. De repente nos damos cuenta que la fila para ingresar se va armando y, como no queremos terminar atrás de todo, nos aventuramos al inicio de la noche. Con el transcurso de los minutos nos damos cuenta que hay quilombo para ingresar, una mina adelante nuestro nos dijo que es porque no hay patovicas mujeres que puedan hacerle el cacheo a las chicas. “¡Que manga de inoperantes!”, gritó. No debí haber hecho eso, me gané el odio de hombres que son tres veces mi cuerpo, pero bueno, me dejé llevar y luego veré que me depara la llegada.

Llega mi turno (después de mucho tiempo, ya que tuvieron que llamar patovicas mujeres para el ingreso), el hombre gordo, pelado, lleno de músculos y con una expresión cansada/seria/enojada me mira. Yo lo miro. Nos miramos. “¿Y, pibe?, ¿Qué esperas?”, me pregunta. “¿Eh?” logro, con mucho miedo pero con aires de soberbia,  contestar. “La entrada, capo. Si me seguís jodiendo no te dejo pasar”.  No quiero problemas, se la doy y me voy con mi bronca para adentro.

El lugar es muy chico, casi que me causa claustrofobia, muy lúgubre, lo único que veo a mi alrededor (aparte de pibes todos muy parecidos entre sí) son paredes grises, sucias, un toldo en el techo, dos escaleras y el escenario.

El escenario. Ahí van a estar. Ahí veré por quiénes dejo la vida, por quiénes me peleé más de una vez, a los que siempre me ven cuando me despierto a través del poster estratégicamente  colocado frente a mi cama. Lo pienso y se me llenan de lágrimas los ojos, nadie nunca lo va a entender. Ni yo mismo.

Conforme pasan los minutos el lugar se va llenando, veo muchas caras conocidas. Empieza la banda telonera, “Ojos Locos”. Me gusta, pero ni puedo prestarle atención, estoy muy excitado, no me puedo concentrar ni en mis propios pensamientos. Pasan los minutos. Se percibe cada vez más tensión en el ambiente. Esa mezcla de ansia, expectativa, pasión, algarabía y tantas otras cosas que un corazón no puede aguantar. Tan perfecto que asusta, como dice mi banda.

“Y ahora sí, con ustedes y para ustedes… ¡¡¡Callejeros!!!” Dice el anfitrión, Chabán.  El griterío es ensordecedor, gritos, gritos y más gritos. Hasta alguna lágrima cae por la mejilla de un fanático. Bueno, empiezan los primeros acordes de “Distinto”, es momento de hacer lo que más me gusta y por lo que más me conocen. Todos me miran, saben que lo voy a hacer, yo sonrió. Prendo la bengala, en estos momentos me siento el amo del universo. Pero, de repente, empiezo a caer en la cuenta que tela que hay en el techo se enciende en llamas. No le hago caso, debe ser pura casualidad, sigo con el recital. Pero sigue mi preocupación, veo que muchos espectadores empiezan a gritar, no aúllan las letras de Patricio Fontanet, son gritos de desesperación. Todos miran para arriba, tocen, corren, gritan, buscan a sus compañeros, no los encuentran, lloran, dolor, mucho dolor. Esas cosas estoy sintiendo.

El lugar está completamente oscuro, no entiendo nada, me cuesta formular estos pensamientos, creo que siento algo parecido a arrepentimiento pero no entiendo por qué, si no hice nada que pudiera afectar a mis pares. Es más, fui participe principal del folclore. Igual en este momento me importa más luchar por mi vida que pensar en esto. Piso cabezas, tiro gente al piso, estoy gobernado por el instinto animal, no recapacito en que ellos son como yo, no me importa, los destruyo para poder llegar a mi objetivo. Lo logro. Salgo. Me rompo en un llanto interminable.


Amanezco en un hospital, me dicen que mi estadía va  a durar una semana. La culpa me carcome la cabeza, no logro pensar en otra cosa. Decido que es mejor dormir lo que me quede y después preocuparme por lo que vendrá, después de todo “Ser ignorante no te exime, pero tampoco te convierte en un traidor”.

2 comentarios:

  1. nestor no se murió!

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  2. Joaquín: si bien hacés un buen trabajo de escritura y muy buena reconstrucción de los hechos, la elaboración se aproxima más a lo testimonial que a lo ficcional. ¿Cómo interviene tu imaginación en la elaboración de esta historia? ¿Cuál es la transformación de la realidad que te propusiste al escribirla? El único recurso al que recurrís es la construcción del personaje narrador. Ya desde el título sabemos qué se va a contar y esperamos una vuelta de tuerca o giro que observe desde un lugar novedoso hechos tan conocidos; sin embargo, esto no sucede y el resultado es tan esperable que deja la sensación de estar releyendo otra vez esta historia.
    Buen trabajo con la voz y el ritmo. Rever puntuación.
    Nota: 7

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