Perdido en las trincheras
El frío del duro invierno azotaba la cara
de Arthur Daguet, el único sobreviviente de su batallón. Estaba sólo junto a su
fusil y bayoneta y ya no le quedaba mucha munición. Cansado, iba de trinchera
en trinchera comiendo lo que encontraba. Su radio no funcionaba y estaba muy
lejos de la base francesa como para poder regresar. Vestido con abrigo y pantalones
color azul, se puso en marcha guiándose con su mapa hasta el lugar donde se
suponía se encontraba otra línea compañera. Tras un largo camino, escondiéndose
cuando creía escuchar a los alemanes, matando a otros que estaban solos al
igual que él, unas veces corriendo y otras caminando, logró llegar a su destino
y se encontró con el batallón 32, el cual había perdido a su teniente. Le
dieron comida, munición y se puso en marcha junto con los compañeros a detener
el avance alemán. Al cabo de 15 horas de caminata, se cruzaron con el ejército enemigo. Arthur se dio cuenta que ese batallón era el que había acabado con sus
compañeros. Se pasaron unos instantes rezando y planeando cómo iba a ser su
ataque. El plan era fácil: uno de los soldados haría sonar un silbato y en ese
momento saldrían de la trinchera al ataque. Arthur tenía la sangre helada, le
temblaba el pulso, casi no podía respirar y en ese momento, sonó el silbato. Su
corazón se detuvo por un momento. Todo ocurría en cámara lenta. Veía como sus
compañeros corrían al ataque y sintió que algo tocaba su hombro. Era un soldado
que vio lo que sucedía y en ese momento recuperó el aliento y salió junto a sus compañeros.
Con su cabeza latiendo como nunca antes, pudo acertarle a varios de los
alemanes en cuanto subían su cabeza para observar fuera de la trinchera. Había muertos por todas partes,
tanto alemanes como franceses. Al cabo de unos instantes ya no quedaban tropas
enemigas. La comida escaseaba y no quedaba tanta munición. Como no tenían la
radio no podían pedir que les enviaran más. Habiendo perdido tropas, lo único en
que pensaban es que ya no les sería tan fácil poder seguir avanzando.
Estuvieron un buen tiempo caminando.Decidieron descansar y armar un
campamento hasta que se pudieran comunicar de alguna manera con la base. Pasaba
el tiempo y el frío se volvía cada vez más insoportable, ya que mucha de su
ropa se encontraba en malas condiciones debido a que tenían que arrastrarse y
pasar por lugares dificultosos que la habían rasgado. Los soldados hablaban
entre sí preguntándose de dónde eran, si tenían familia, y otros asuntos
personales. Él no los conocía muy bien porque era de otra línea. En un momento
un soldado robusto, alto, de ojos oscuros y muy entrenado, se le acercó a
hablarle ya que veía que nadie lo hacía.
-¿Cuál es tu nombre?, preguntó el
desconocido.
-Arthur, respondió. ¿Y el tuyo?.
-Thierry, contestó con un tono amistoso.
-¿De qué trabajabas antes de que explotara la
guerra?, le dijo Arthur.
-Era un maestro de geografía en la ciudad. ¿Y
tú?
-Yo trabajaba en el campo ayudando a mi
padre. Nunca he ido a la escuela pero él siempre me decía que allá en mi
hogar no era necesario.
Un instante después, se escuchó un ruido muy
fuerte que por su experiencia se dieron cuenta que explotó una
granada.
Eran los alemanes que se habían puesto al
ataque.
-¡TODOS A SUS POSICIONES! Exclamó Thierry
quien luego de que asesinaran al teniente fue puesto a cargo de las tropas.
Los gritos de dolor eran tantos que Arthur se
dio cuenta que no estaban en una buena situación. En el peor momento se
escucharon disparos provenientes de la parte de atrás de donde se encontraban y
vieron que era una línea francesa cercana que había ido a apoyarlos. Con el combate a
favor de los franceses, los alemanes decidieron retroceder y allí tuvieron
tiempo de atender a los heridos, los cuales eran bastantes.
-¿Cuál es la situación aquí?, preguntó el
teniente de la línea amiga.
-Hemos perdido a 23 personas, y gracias a
ustedes, los alemanes retrocedieron. Respondió uno de los soldados que se limpiaba la cara ensangrentada.
Al tranquilisarse, Arthur,
se dio cuenta que su mano estaba herida debido a un disparo. Se la vendaron
ejerciendo presión sobre ella para que no saliera más sangre.
Todo el lugar estaba destruido. Los cadáveres
cubrían la tierra sin pasto, la ropa de muchos de los soldados estaba manchada.
Los agujeros producidos por las granadas cubrían todo el campo. Había árboles
llenos de hoyos, producto de las balas.
Mientras Thierry recogía las chapas con las
identificaciones de los soldados sin vida, Arthur se quejaba del dolor de su
mano.
Estaban todos reunidos comiendo, cuando le dieron ganar de orinar y decidió alejarse un poco para hacerlo.
Termina, y escucha una gran explosión. Se asoma y ve que una granada había acabado con sus compañeros y ninguno había sobrevivido.
Al ver que los alemanes se acercaban se echa
a correr con todas sus fuerzas y al alejarse lo suficiente se esconde en las
trincheras, comiendo cosas que se habían dejado por descuidos.
Cuando sale para seguir con su camino hacia la base, la
sangre se le pone fría, sus brazos y sus piernas ya no responden, los ojos se
le dan vuelta, y al caer, se ve a lo lejos un francotirador, y toda una
tropa de soldados alemanes, que lo estaban siguiendo.
Manuel: planteás una idea sencilla y clara, bien hilvanada a medida que avanza; sin embargo, no hay un conflicto elaborado desde la situación personal del protagonista, desde quien hace foco el narrador. Sin tensión ni búsqueda estética, la historia no logra conmover ni sorprender al lector.
ResponderEliminarAún no te decidís a escribir con pretensiones literarias, trabajo que sigue pendiente y debés intentar antes de que finalice el año.
Rever construcción de párrafos, vocabulario (escaso y repetitivo), algunos tiempos verbales y ortografía.
Nota: 6