viernes, 4 de julio de 2014

Libertad- Agustina Alvarez


LIBERTAD

¿Quién diría que en estos últimos días comenzaría a formar parte de un cambio? Expreso Abel con voz asombrada al reunirse con su familia ya que hace mucho no se veían, debido a que él trabajaba para traer el alimento a su hogar todos los días. La plaza, su lugar habitual de trabajo, hace unos días se vio afectada por un grupo de personas. Esto comenzó a preocuparlo e intrigarlo con respecto a lo que estaba sucediendo debido a que también se sentía un clima de tensión pero a la vez un aire diferente al de otros días. La gente se encontraba un tanto inquietada, movilizada pero con un único deseo: dar a conocer al resto de la población que había una posibilidad de cambio, un accionar que cambiaría para siempre su manera de vivir y pensar. La esperanza de una Revolución.
Era un chico de 21 años que desde temprana edad había comenzado a trabajar para traer el sustento a su familia: sus dos hermanitas de 6 y 8 años y su madre, gastada a pesar de sus pocos años debido al duro trabajo que tenía también desde muy chica. Su familia se basaba en esto, en la obediencia a órdenes superiores constantemente sin poder hacer mucho al respecto porque de esto vivían. Si alguno intentaba en ese momento dar alguna opinión, consejo, sugerencia o se atreviera a desobedecer las órdenes del jefe, le podría costar años de trabajo muy duro. A pesar de todo esto Abel siempre deseaba en su corazón lo mejor para su familia, por esto se esforzaba en cada día ir hasta la plaza que quedaba en frente del Cabildo para vender empanadas que el mismo hacía en su pequeño tiempo libre, cuando no tenía que ir a su trabajo. Era un chico muy especial que se atrevía a tomarse un tiempo para pensar la vida.
Muchas veces en esos pequeños momentos, mientras Abel cocinaba las empanadas para nuevamente ir a vender a la plaza, se preguntaba dentro suyo cuando es que podría de una vez por todas gozar de libertad. Libertad para poder educarse porque esto comenzó a despertarse dentro de él: el deseo de aprender. El quería poder disfrutar ratos libres, hablar y juntarse más seguido con sus amigos. No es que él tenía una mala vida y no podía disfrutar de ella, porque había aprendido a encontrar lo bueno en las pequeñas cosas pero en el último año Abel sentía en su corazón que quería algo más, será que comenzaba a crecer aún mas y sus deseos y responsabilidades eran otros y más específicos. El tampoco sabía por qué tenía estos pensamientos en su cabeza, pero en el último tiempo comenzó a despertarlo esta idea de Revolución que tanto hablaba la gente de la plaza cada vez que él iba a vender y esto verdaderamente le importaba mucho porque significaba algo importante, no solo para él y su familia si no para todo su país. Semanas atrás, un comprador le había contado acerca de algo que había escuchado, de que el Rey de España había sido tomado preso por los franceses y los criollos planeaban hacer renunciar al virrey. Esto desde un principio significaba un gran enfrentamiento porque los que defendían al rey se oponían totalmente al levantamiento de los criollos. Abel comenzaba a entender por qué había cada vez más gente en esa plaza, que si bien era conocida por ser un lugar transitado y con muchas personas como vendedores, compradores y los de clases más altas que salían a tomar aire y caminar para distraerse y tomar un poco de aire. Comenzaba a comprender porque todo comenzaba a sentirse diferente. Nuevamente este chico de 21 años se ponía a pensar y en su mente tenía el deseo de saber más acerca de esto que estaba pasando y por su puesto el lucharía a  favor porque el deseo que tenía en su corazón era poder encontrar eso que te llena de paz, te permite vivir, gozar, saber y te permite crecer como ser humano. “¡No debe haber nada más hermoso que la libertad!” Esta frase siempre estaba en la boca de Abel, a veces sin saber lo que esto verdaderamente significaba, pero él sabía que quería poder disfrutar de la vida sin que nadie le cuestione ni le niegue nada ni tampoco lo juzguen por sus orígenes y color de piel.
Pasaban los días y la gente seguía discutiendo acerca de que es lo que habría de pasar, si los españoles tomarían el gobierno en lugar del Rey que se encontraba en mano de los franceses o si por fin podrían ser dirigidos por representantes del pueblo. Si podrían vencer a los españoles así como hace 4 años atrás habían vencido a los ingleses en su invasión a la Ciudad. Estas charlas y juntadas comenzó a hacerse rutinaria en los bares y cafés de la ciudad de Buenos Aires. Las personas se hacían tantas preguntas sin poder encontrar las respuestas correctas para ellas, así como Abel también quería encontrar una solución para lo que él estaba sintiendo. Lo que había dentro quería salir y poder gritar ¡Libertad, quiero libertad! Muchas veces se preguntaba si esta loca idea y el fuerte anhelo de querer ser libre solo lo pensaba el o solo se le ocurría pensar en esto quien sabe cómo o porque, si hasta ese momento su vida había sido siempre igual: del trabajo a su casa, de la plaza a su casa y de ahí luego a su trabajo nuevamente…

Cierto día como cualquier otro se levantó Abel para ir temprano a la plaza y esta vez se le había ocurrido vender pastelitos, ya que la situación lo ameritaba porque fue toda una semana lluviosa para levantarse y desayunar algo que a todos les gustaba, por mas que fuera de clase baja, media, alta… Todos querían chocolatada caliente con pastelitos recién hechos.  Este joven salió de su casa con sus pastelitos para instalarse en el mismo lugar de siempre, casi en el centro de la plaza donde es imposible no hacer una parada para comprar lo que había allí. Y ahí se encontraba como siempre, pero esta vez noto algo diferente, había cada vez mas gente que se iba juntando cada minuto expectante de lo que podría suceder dentro del Cabildo, ya que ese 25 de Mayo de 1810 se celebró por primera vez un Cabildo Abierto. Esto significó para Abel conseguir lo que tanto quiso y mas anhelo en esa semana: libertad. 

1 comentario:

  1. Agustina: planteás una idea sencilla y clara, bien hilvanada a medida que avanza; sin embargo, no hay un conflicto elaborado desde la situación personal del protagonista, desde quien hace foco el narrador. Sin tensión ni búsqueda estética, la historia no logra conmover ni sorprender al lector, ya que, en cuanto ubicamos el lugar y época de la historia, ya sabemos qué va a pasar; nada sorprende o conmueve.
    No lográs construir un personaje coherente con el contexto pues todas sus reflexiones y planteos resultan actuales. La edad implica un hombre joven, ya adulto, sin embargo parece un adolescente.
    Rever construcción de párrafos, vocabulario (escaso y repetitivo), algunos tiempos verbales y ortografía.
    Nota: 6

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