viernes, 4 de julio de 2014

"El pasado, ¿pisado?" Felipe Gómez

Quizás mis inocentes diez años no permitieron que me de cuenta, o vaya a saber uno qué fue, pero jamás imaginé que esa fría tarde de septiembre sería la última que tocara mis juguetes, que ayudara a mi madre a secar los platos después que ella los lave, como me pedía que lo haga, o la última chance de mirar a mi vecina y morir de vergüenza. Solíamos jugar juntos en la vereda, y yo era quien se acercaba a ella dejando de lado mi timidez para invitarla a compartir esos –para mí- inolvidables momentos. Ella, un año y seis meses menor, no parecía sentir esa vergüenza que a mí me invadía, y aceptaba mi propuesta, muchas veces con sólo inclinar la cabeza una y otra vez.
       Mi padre era un hombre que vivía agotado y con unos modos desagradables para conmigo y mi madre. Probablemente el arduo trabajo en el cultivo era la razón de su seriedad, además de los problemas económicos a los que debíamos enfrentarnos a causa de su pobre salario, a pesar de su extensa producción laboral. Esa mencionada tarde de septiembre llegó de su labor habitual, tomó una ducha y se reunió conmigo y con mi madre.  Parecía ser importante la razón, y debía de serlo ya que me obligó a dejar mi entretenido juego con la vecina, por lo que accedí de mala gana aunque sin fanfarronear demasiado. Nos comentó que se rumoreaba que durante la tarde siguiente los alemanes concretarían la invasión que tanto habían mencionado en las radios durante la última semana, por lo tanto debíamos marcharnos. Varsovia ya no era un lugar seguro, por lo que América,  en especial Argentina y sus prometedoras hectáreas, nos depararían un futuro mejor. Yo mucho no comprendía, pero me entristecían las pupilas llenas de lágrimas de mi madre.
       Esa misma noche tomamos los objetos de mayor valor, que eran pocos, para partir en la mañana en cuanto saliera el sol. Yo tomé mi muñeco Józef, lo único que pude incluir además de la ropa y los zapatos necesarios.
       Al despertar me informaron que en el primer viaje iríamos mi mamá y yo, y que mi padre nos encontraría una semana después en territorio argentino. Quizás esta era la razón del desconsuelo de mi madre, algo que pude comprender con el paso del tiempo. Marchamos hacia el puerto, con un frío desgarrador aunque la cantidad de gente amontonada encima del barco nos brindaba algo de calor.
       Llegamos, y yo brincaba de la alegría. El esplendor de la ciudad, la limpieza y el espacio que había me ilusionaba con poder jugar con Józef y quien sabe, hacer nuevos amigos. Mientras, mi madre, con tristeza aún por la separación de mi padre, debía pasar el día trabajando como ama de casa y yo quedaba a cargo de los vecinos de al lado.
       Pasaban los días y seguíamos esperando por mi padre. La intranquilidad reinaba en aquella humilde pensión, pensando –sobre todo mi madre- si había sucedido algo que ni siquiera quería imaginar.
       El paso de las semanas nos confirmó lo que no queríamos saber. Nunca más tuvimos noticias de mi papá, algo terrible para mi aunque en mayor dimensión para mi madre ya que debía mantenernos ella con su pobre salario que le brindaban por un trabajo en el que debía esforzarse en demasía. Seguramente esta fue la razón por la que tan solo ocho semanas después de haber llegado a Argentina, mi madre comenzó una nueva relación con un prestigioso anestesista, uno de los primeros en ejercer esta profesión. Era un hombre que imponía respeto tan solo con su presencia, y reconocido por su accionar laboral. En un principio no era de mi agrado a pesar de su buena predisposición conmigo, quizás por la todavía presente figura de mi padre en mi mente. Pero el paso del tiempo y mi madurez permitieron que me de cuenta que era un buen hombre.
       Stefano y mi madre se casaron tres meses después de conocerse, y entonces llegaron mis hermanastros.  En tan solo tres años y medio tuvieron tres hijos. Mientras tanto, yo aproveché para desarrollar mi educación, obviamente abastecido, como toda la familia, por los ingresos que provenían de las dificultosas operaciones en las que participaba mi padrastro. Dos niñas y por último un hermano menor obligaron a mi madre a abandonar su trabajo y dedicarse de lleno a los pequeños. Yo, en la medida de lo posible, era quien la ayudaba. Pero mis objetivos eran otros, tenía pensado terminar de estudiar para volver a mi Polonia natal, algo que anhelaba con mucha euforia pero sabía las complicaciones que esto traía debido al costo de los pasajes y la estadía allí, aunque lo tenía en mente cada noche antes de apoyar la cabeza en la almohada.
       Llegó el día de mi cumpleaños, y al tener la mayoría de edad, Stefano me ayudó a cumplir mi deseo regalándome el pasaje hacia mi tierra natal, y suministrándome dinero para poder alojarme en una pensión.
       Luego de un largo viaje, abordé a Polonia. En principio me dediqué a observar y analizar la estructura de la ciudad de Varsovia, algo que recordaba de forma remota luego de estar ocho años fuera del país, y sobre todo por los cambios que presentaba el lugar. Pero no perdí nunca de vista mi objetivo principal: averiguar qué había ocurrido con mi padre.
       Después de días de investigar, recorrer las calles y preguntar a la gente que nos rodeaba qué había sucedido, encontré el hogar donde vivía aquella niña menor que yo con la que había compartido infinidad de tardes y provocaba algo en mi hasta entonces inaudito.
       Al encontrarnos nos fundimos en un extenso abrazo y me comentó la horrible situación por la que habían pasado aquella tarde sus padres y también el mío. A partir de eso pude borrar esa espina que tenía clavada, más que nada por la desaparición de mi padre, pero también por no volverla a ver a ella.
       Sin más dinero que para el regreso, debía emprender la retirada. Se lo comuniqué a ella, y por entonces jamás nos volvimos a separar. Arribé a Argentina con el inesperado amor de mi vida y un orgullo inmenso por portar el mismo nombre y apellido que mi progenitor.

1 comentario:

  1. Felipe: La historia resulta inverosímil, ya que los hechos suceden y se resuelven con una facilidad que resulta ingenua para el contexto en que se ubican. Además, no lográs dar con el tono narrativo y predomina el decir. Por esto, no logra conmover ni involucrar afectivamente al lector. Por ejemplo: en medio de una guerra y viajando en barco, ¿cuánto tardaría el padre en llegar desde Varsovia?; a dos meses del arribo, la esposa afligida forma nueva pareja y se casa a los tres; ¿por qué viajan separados? ¿qué es trabajar de "ama de casa". Tampoco es creíble que se case con un doctor: dos clases sociales que difícilmente intimaran. ¿Qué lo hace sentirse orgulloso de su padre? No pareciera que hubieras reflexionado sobre los hechos, ni investigado un poco para saber de qué se habla.
    Rever tiempos verbales, vocabulario, ortografía.
    Nota: 5

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