Quizás
mis inocentes diez años no permitieron que me de cuenta, o vaya a saber uno qué
fue, pero jamás imaginé que esa fría tarde de septiembre sería la última que
tocara mis juguetes, que ayudara a mi madre a secar los platos después que ella
los lave, como me pedía que lo haga, o la última chance de mirar a mi vecina y
morir de vergüenza. Solíamos jugar juntos en la vereda, y yo era quien se
acercaba a ella dejando de lado mi timidez para invitarla a compartir esos
–para mí- inolvidables momentos. Ella, un año y seis meses menor, no parecía
sentir esa vergüenza que a mí me invadía, y aceptaba mi propuesta, muchas veces
con sólo inclinar la cabeza una y otra vez.
Mi padre era un hombre que vivía
agotado y con unos modos desagradables para conmigo y mi madre. Probablemente
el arduo trabajo en el cultivo era la razón de su seriedad, además de los
problemas económicos a los que debíamos enfrentarnos a causa de su pobre
salario, a pesar de su extensa producción laboral. Esa mencionada tarde de
septiembre llegó de su labor habitual, tomó una ducha y se reunió conmigo y con
mi madre. Parecía ser importante la
razón, y debía de serlo ya que me obligó a dejar mi entretenido juego con la
vecina, por lo que accedí de mala gana aunque sin fanfarronear demasiado. Nos
comentó que se rumoreaba que durante la tarde siguiente los alemanes
concretarían la invasión que tanto habían mencionado en las radios durante la
última semana, por lo tanto debíamos marcharnos. Varsovia ya no era un lugar seguro,
por lo que América, en especial
Argentina y sus prometedoras hectáreas, nos depararían un futuro mejor. Yo
mucho no comprendía, pero me entristecían las pupilas llenas de lágrimas de mi
madre.
Esa misma noche tomamos los objetos
de mayor valor, que eran pocos, para partir en la mañana en cuanto saliera el
sol. Yo tomé mi muñeco Józef, lo único que pude incluir además de la ropa y los
zapatos necesarios.
Al despertar me informaron que en el
primer viaje iríamos mi mamá y yo, y que mi padre nos encontraría una semana
después en territorio argentino. Quizás esta era la razón del desconsuelo de mi
madre, algo que pude comprender con el paso del tiempo. Marchamos hacia el
puerto, con un frío desgarrador aunque la cantidad de gente amontonada encima del
barco nos brindaba algo de calor.
Llegamos, y yo brincaba de la
alegría. El esplendor de la ciudad, la limpieza y el espacio que había me
ilusionaba con poder jugar con Józef y quien sabe, hacer nuevos amigos.
Mientras, mi madre, con tristeza aún por la separación de mi padre, debía pasar
el día trabajando como ama de casa y yo quedaba a cargo de los vecinos de al
lado.
Pasaban los días y seguíamos
esperando por mi padre. La intranquilidad reinaba en aquella humilde pensión,
pensando –sobre todo mi madre- si había sucedido algo que ni siquiera quería
imaginar.
El paso de las semanas nos confirmó
lo que no queríamos saber. Nunca más tuvimos noticias de mi papá, algo terrible
para mi aunque en mayor dimensión para mi madre ya que debía mantenernos ella
con su pobre salario que le brindaban por un trabajo en el que debía esforzarse
en demasía. Seguramente esta fue la razón por la que tan solo ocho semanas
después de haber llegado a Argentina, mi madre comenzó una nueva relación con un
prestigioso anestesista, uno de los primeros en ejercer esta profesión. Era un
hombre que imponía respeto tan solo con su presencia, y reconocido por su
accionar laboral. En un principio no era de mi agrado a pesar de su buena
predisposición conmigo, quizás por la todavía presente figura de mi padre en mi
mente. Pero el paso del tiempo y mi madurez permitieron que me de cuenta que
era un buen hombre.
Stefano y mi madre se casaron tres
meses después de conocerse, y entonces llegaron mis hermanastros. En tan solo tres años y medio tuvieron tres
hijos. Mientras tanto, yo aproveché para desarrollar mi educación, obviamente
abastecido, como toda la familia, por los ingresos que provenían de las
dificultosas operaciones en las que participaba mi padrastro. Dos niñas y por
último un hermano menor obligaron a mi madre a abandonar su trabajo y dedicarse
de lleno a los pequeños. Yo, en la medida de lo posible, era quien la ayudaba.
Pero mis objetivos eran otros, tenía pensado terminar de estudiar para volver a
mi Polonia natal, algo que anhelaba con mucha euforia pero sabía las
complicaciones que esto traía debido al costo de los pasajes y la estadía allí,
aunque lo tenía en mente cada noche antes de apoyar la cabeza en la almohada.
Llegó el día de mi cumpleaños, y al
tener la mayoría de edad, Stefano me ayudó a cumplir mi deseo regalándome el
pasaje hacia mi tierra natal, y suministrándome dinero para poder alojarme en
una pensión.
Luego de un largo viaje, abordé a
Polonia. En principio me dediqué a observar y analizar la estructura de la
ciudad de Varsovia, algo que recordaba de forma remota luego de estar ocho años
fuera del país, y sobre todo por los cambios que presentaba el lugar. Pero no
perdí nunca de vista mi objetivo principal: averiguar qué había ocurrido con mi
padre.
Después de días de investigar,
recorrer las calles y preguntar a la gente que nos rodeaba qué había sucedido,
encontré el hogar donde vivía aquella niña menor que yo con la que había
compartido infinidad de tardes y provocaba algo en mi hasta entonces inaudito.
Al encontrarnos nos fundimos en un
extenso abrazo y me comentó la horrible situación por la que habían pasado
aquella tarde sus padres y también el mío. A partir de eso pude borrar esa
espina que tenía clavada, más que nada por la desaparición de mi padre, pero
también por no volverla a ver a ella.
Sin más dinero que para el regreso,
debía emprender la retirada. Se lo comuniqué a ella, y por entonces jamás nos
volvimos a separar. Arribé a Argentina con el inesperado amor de mi vida y un
orgullo inmenso por portar el mismo nombre y apellido que mi progenitor.
Felipe: La historia resulta inverosímil, ya que los hechos suceden y se resuelven con una facilidad que resulta ingenua para el contexto en que se ubican. Además, no lográs dar con el tono narrativo y predomina el decir. Por esto, no logra conmover ni involucrar afectivamente al lector. Por ejemplo: en medio de una guerra y viajando en barco, ¿cuánto tardaría el padre en llegar desde Varsovia?; a dos meses del arribo, la esposa afligida forma nueva pareja y se casa a los tres; ¿por qué viajan separados? ¿qué es trabajar de "ama de casa". Tampoco es creíble que se case con un doctor: dos clases sociales que difícilmente intimaran. ¿Qué lo hace sentirse orgulloso de su padre? No pareciera que hubieras reflexionado sobre los hechos, ni investigado un poco para saber de qué se habla.
ResponderEliminarRever tiempos verbales, vocabulario, ortografía.
Nota: 5